Su
Obra
Catálogo
de Obras
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Montaña
Adentro. Novela. Santiago-Chile, Nascimiento, 1923,
111 págs.
Lejos
de la ciudad, las fuerzas telúricas resultan
similares en poder a las pasiones que se desatan entre
los habitantes de un rincón campesino, enclavado
en la montaña: una muchacha, Cata, que ha tenido
un hijo sin casarse, será la víctima de
la tragedia desatada por los celos, el machismo y el
alcohol. Publicada en 1923, esta primera obra de Marta
Brunet concitó el aplauso unánime de la
crítica que alabó la pericia de la autora
y la objetividad de su relato, subrayando aquellos aspectos
y elementos de la novela que reflejaban la tendencia
narrativa de la época. Desde la perspectiva actual,
resulta interesante el planteamiento que la autora hace,
aunque de manera ficticia, de la condición de
la mujer campesina en esos años y la vigencia
que el tema aún tiene en la actualidad.
Fragmento
" Desde la muerte de su marido, que fuera mayor
de la hacienda, doña Clara y su hija Cata ocupaban
el puesto de cocineras de los trabajadores. Bravas para
el trabajo, se daban maña para amasar, cocinar,
tostar y moler el trigo, dejando aún tiempo libre
para hilar lana y tejer pintorescos choapinos que luego
vendían a buen precio en la ciudad.
Felices en su despreocupación, lo único
que por muchos años atormentó a doña
Clara fue aquella afición desmedida de la muchacha
por "chacotear con los guainas".
- A vos te va pasar una mano bien pesá- solía
advertir, al verla charlar coqueta con algún
peón.
A ella que había sido "honrá",
la sacaba de quicio el recuerdo del día en que
Cata -el otoño anterior- le había dicho
tranquilamente:
- ¿ Sabe iñora que voy a tener guagua?
Y a sus alaridos de indignación, con la
misma tranquila indiferencia, había contestado
narrando "su mal paso"
"
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Bestia
Dañina. Novela. Santiago-Chile, Nascimiento,
1926, 94 págs.
En
este relato se enfatiza la posición conflictiva
de la mujer en la sociedad rural, su papel secundario,
constreñido a los quehaceres domésticos
y el valor insignificante que se le asigna en la escala
social. Su título apunta a la mujer demonizada,
subversiva que atenta contra los valores establecidos
de la fidelidad y de la honra, pero también apunta
a las condiciones precarias de libertad en que se desenvuelve
la mujer campesina, sometida a los deseos y voluntad
de su amo y señor: el padre o el marido. Santos
Flores, viudo con tres hijas, es presa de una pasión
otoñal que le inspira la juventud de Isabel Rojas,
la bestia dañina, y la promesa de darle ese hijo
varón que le permitiría escapar al sentimiento
de humillación provocado por esta carencia. Inútilmente
María Mercedes, una de sus hijas, se rebelará
ante esta unión desigual, reprochándole
este matrimonio con una mujer tan joven, de dudosa conducta
moral; su empecinamiento así como el carácter
simulador de la joven esposa conducirán a la
caída de Santos y al derrumbe de los valores
que encarna, sumiéndolo en la deshonra y el dolor.
A través del relato de la fiesta del matrimonio,
el lector va percibiendo la personalidad de "la
bestia dañina" y también algunos
de sus rasgos físicos, que explican el deslumbramiento
del anciano novio. En el transcurso de la fiesta, Meche
huye con Víctor Alfaro, despechada por el casamiento
del padre. Entre tanto Chabela Rojas, la flamante esposa,
confiesa a su tía la alegría por el distanciamiento
de Meche, porque es la única de las tres hijastras
que representa un peligro para ella y sus propósitos:
don Fanorcito, sobrino del dueño del fundo, la
asediaba y ella le había prometido ser suya después
de su matrimonio. El frenesí de la pasión
extramarital les hace perder todo recato y cuidado lo
que desembocará en un final trágico, cuando
el esposo engañado sorprende a los amantes bajo
su propio techo. La novela aparece en 1926 y la crítica
destaca el manejo brillante que la autora hace del lenguaje
como de la fuerza dramática que imprime al argumento.
Fragmentos.
"Era interesante el viejo carpintero, recia
figura hecha en músculos que los años
iban enjutando.
Sólo eso y blanquear los cabellos había,
conseguido el tiempo, porque el cuerpo se alzaba de
un firme trazo único. A hachazos parecía
haber sido hecha la fisonomía resuelta, de empecinado:
cuadrada la barbilla, filudas como aristas las quijadas,
delgados los labios descoloridos, recta la nariz, horizontales
casi las cejas, rectangular la frente amplia, cerrados
de expresión los grandes ojos de iris gris acero
que iban derechos en busca de la mirada del interlocutor.
La voz acordaba con el resto: fría, sin modulaciones,
lenta, iba buscando con tino las palabras que mejor
tradujeran su pensamiento."
"Ni bonita ni fea, la novia. Pero extremadamente
seductora con su frescura de manzana apetitosa y prieta,
sin más belleza que los ojos negros, enormes
y sombreados por tupidas pestañas crespas.
Ojos de malicia que sabían mucho, que dejaban
adivinar lo que sabían y que a su antojo cambiaban
de expresión tornándose cándidos...
A veces los ojos, alzándose, se posaban en don
Santos y la malicia reía en las pupilas como
diablillo maligno. A veces, luego de mirarlo, la boca
se fruncía en mohín despectivo que después
-al tocar sus manos el género de su rico traje-
se tornaba en sonrisa complaciente y la sonrisa se hacía
risa sonora al sentir como, sobre su cabeza, movía
el viento la pluma del sombrero de lustrosa paja que
la protegía del sol"
"El patrón es el señor omnipotente
del cual se soporta todo sumisamente, aunque en lo hondo
se lo reconozca injusto. Ese sentimiento es mudo. La
primacía del señor sobre el inquilinaje
la ejerce en la puebla el padre, el marido o el hermano
mayor sobre el resto de la familia. Así como
el padre lega al morir cuanto posee a sus descendientes,
el montañés deja a los suyos el oficio
que tuviera con algo que más aún semeja
su idiosincrasia a la del señor de otros tiempos:
es el hijo mayor quien lo sucede"
"Una lagartija asomó la cabeza chata
por una hendidura del tronco y saliendo de su guarida,
el animalejo corrió por el manzano hasta alcanzar
un rayo de sol. Y se quedó muy quieta, verde
la vestimenta que en el lomo se estriaba en oro, blanca
la panza, de esmalte los ojillos vivaces que buscaban
una mosca que almorzar. Con una lentitud silenciosa
el Chincol -un muchacho- puso frente a la cabeza del
bicho un junquillo terminado en un nudo corredizo. Hormigueaba
el sol en el cuerpo del niño a fuerza de envolverlo
con sus rayos ya oblicuos, porque avanzaba la tarde;
pero el Chincol lo soportaba todo en el placer de la
caza, esperando pacientemente que un movimiento de la
lagartija la echara al dogal."
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María
Rosa, Flor de Quillén. Novela. Rev. Atenea,
Concepción-Chile, año IV, Nº2, pp.119-143
y Nº3, pp.217-240, 1927.
A
partir de su título este relato es una sátira
en contra del donjaunismo rural y de los estereotipos
femeninos. El epíteto "flor del Quillén"
de la protagonista encierra el conjunto de cualidades
asignadas a la mujer, tales como belleza, virtud, recato,
pero también su imagen alienada, ajena a las
flaquezas del ser humano. María Rosa casada con
un hombre mayor se siente fuertemente atraída
por un sujeto más joven, él cual ha apostado
por su caída, demostrando de este modo que todas
las mujeres son iguales. La atracción que Pancho
ejerce sobre ella provocará su desliz, sin embargo
encontrará la salida para no ser victimizada
por esta pasión y de paso castigar al Don Juan
criollo.
Fragmentos
"Y la convicción de que no había
ninguna como ella le hizo lentamente un alma de orgullo,
cerrada y fiera, que al correr de los años creció
hasta ser la base de su personalidad (...) Pero lo que
más la ufanaba, lo que le esponjaba el alma,
era verse la más bonita de las mujeres de la
hacienda, la que gozaba de mayores consideraciones,
la que poseía más comodidades en la puebla
. Era un orgullo humilde que vivía en el fondo
de sí misma, sin exteriorizarse, alimentado en
la conciencia de su propio valer".
"En su espíritu acaba de surgir la visión
de su vida futura. Se veía empujada en los brazos
de Pancho por una fuerza superior a su voluntad ¿Sería
el destino! Su vida tan clara, tan nítida, se
complicaba, se hacía oscura, entraba en el círculo
de las mentiras, de los disimulos, de las traiciones
, de las hipocresías. Ya no podía decirse
con íntimo orgullo que como ella no había
ninguna y que bien harían llamándola la
flor del Quillén. (...) Nunca. No podía
darse al amor. Aquella embriaguez de ilusión
había que olvidarla. En su vida no habría
caricias, ni besos, ni charlas, ni miradas, ni esperas,
ni sobresaltos, ni miedos, ni iras, ni rencores, ni
remordimientos. En su vida no habría nada. (...)
Y lloraba con angustia porque, por segunda vez -voluntaria
y definitivamente, sus días volvían a
la rutina que los aplastaba."
"Recobrada su personalidad de Flor de Quillén...
Mentir, simular, hacer cualquier cosa, provocar un escándalo,
llegar al crimen, pero que nadie supiera nada, que todos
creyeran en una agresión, basándose en
su protesta iracunda, nada."
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Bienvenido.
Novela. Santiago-Chile, Nascimiento, 1929, 180 págs.
Relato
que obedece a la petición de la madre de la escritora,
que deseaba le escribiera una novela rosa. Juan Ramírez,
un muchacho provinciano venido a menos por reveses de
fortuna, trabaja como administrador en una hacienda
del sur y vive en una casa frente a un lago, en completa
soledad y apabullado por una naturaleza exuberante,
trabaja con mucho empeño lo que permite mejorar
su situación económica y compensar a su
madre y a su hermana por los sacrificios y desvelos
puestos al servicio de su educación. La dueña
de la hacienda vive con una hija coqueta, un hijo aventurero
y donjuanesco y una muchacha "allegada", que
resulta ser la hija natural del difunto padre de familia.
De esta última, Mena, se enamora el protagonista
y se casa con ella; sin embargo, la felicidad no es
completa pues el hijo anhelado tarde en llegar. La pareja
se ve amenazada por la presencia de Marcela, la última
aventura de este hijo calavera, que vuelve junto a su
madre, luego de quedar en la ruina. Juan se siente atraído
por esta vampiresa quien lo asedia con su comportamiento
desenfadado y mundano, desarrollándose en el
interior de este una pugna entre la fidelidad hacia
su esposa y la seducción que despierta en él
Marcela. El anuncio de la llegada de su primer hijo
resolverá la encrucijada sentimental. Este relato
incluye todas las características del folletín:
resolución del triángulo amoroso, el triunfo
de la mujer -sueño de perfección , figura
de seducción e identidad para las lectoras-,
y la recompensa final de la felicidad eterna.
Fragmentos.
"Juan Ramírez detuvo el caballo y se
quedó contemplando el paisaje con las pupilas
deslumbradas por la luminosidad meridiana.
"Lleno de sombras, resonante por el despeñarse
de la cascada, húmedo por la evaporación
de las aguas, el estrecho desfiladero terminaba bruscamente
en un altozano, atalaya que abría sobre el valle.
" Los árboles desaparecían, las montañas
se separaban a ambos lados, para luego, en línea
recta, encajonar la vega: en la perspectiva se unian
en una niebla azul. De ese fondo en que se escalonaban
los volcanes blancos, las cordilleras pardas y las montañas
verdegueantes, bajaba el río en una lonja de
plata que a ratos esplendía al sol, que a ratos
se ocultaba entre matorrales. En las cercanías
del desfiladero se enanchaba el río llenando
la cuenca formada por las montañas próximas
y una laguna oval, de aguas quietas, profundas, reflejaba
el cielo moteado de nubes blancas."
"Se peinaba como Pola Negri, se vestía
como Bebe Daniels, gesticulaba como Constance Talmadge
(...) y Enriqueta hacía el mohín favorito
que aprendiera de Mary Pickford. A ella que amaba lo
novelesco, lo imprevisto, la vida le ofrecía
ser la protagonista de una novela estupenda..."
"Hablaba Marcela arrastrando las erres con
una voz ronca que hería el oído, pero
desde luego no la juzgó Juan francesa. El tipo
era extraño y tampoco podía dársele
nacionalidad. La melena rubia estaba partida al lado
por una raya y con una gran onda tapaba la frente que
se adivinaba grande y abombada; bajo esa cortina las
cejas desaparecían y los ojos se tornaban misteriosos,
inquietantes y obscuros, rodeados por un halo azulino.
Un trazo de pintura los alargaba tirándolos hacia
las sienes en una línea oblicua y ahí,
en ese solo trazo, estaba {integro el atractivo de la
fisonomía que parecía venir de otras razas.
La cara era de triángulo que tenía por
vértices las sienes y la barbilla aguzada. La
boca se dibujaba alta y pequeña, vermellón
y húmeda. La nariz de pilluelo, respingada y
graciosa, parecía husmear la vida alteando voluptuosamente".
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Reloj
de Sol. Alba - Mediodía - Ocaso. Cuentos.
Santiago-Chile. Nascimiento, 1930. 197 págs.
Colección
de cuentos quince cuentos , que se dividen en tres secciones:
Alba (Juancho, Francina, Lucho el Mudo), Mediodía
( Niú, Gabriela, Ana María, Ruth Werner,
Romelia Romani, Enrrique Navarro, Ocaso (Tía
Lita, Doña Tato, Don Cosme de la Bariega, Misiá
Marianita, Doña Santitos, Don Florisondo) relatos
donde el mundo campesino y rural pierde relieve al acentuarse
los procesos interiores y psicológicos de los
personajes. Entre estos relatos sobresalen Francina,
"Don Florisondo", "Doña Santitos",
"Doña Tato", "La niña que
quería ser estampa", etc. En todos ellos,
el protagonismo femenino es evidente y es abordado desde
la perspectiva de la infancia, la madurez y la ancianidad
de sus protagonistas. Así las divisiones del
libro está en directa consonancia con las etapas
de la vida humana. Los juicios críticos sobre
el libro, en el momento de su publicación fueron
contradictorios, pero coincidentes en destacar la preocupación
de la autora por lo femenino.
Fragmentos
" A ella le gustaba lo maravilloso, lo que
no tenía explicación posible sino en poder
de seres, de fuerzas ocultas. Y como no encontrara lo
maravilloso en su vida de muchachita burguesa, se hurtaba
a ella para vivir las aventuras de cuanto libro podía
leer.
Tendida de bruces en el suelo, sobre una alfombra, cuando
el frío la retenía en el interior, en
el pasto de los prados cuando el calor la echaba al
parque de la casona, contraída por la atención,
con la sensibilidad alerta, hiperestesiada, Francina
leía, encarnándose en cada personaje,
con el músculo de acero, el ceño duro
y el alma de valor cuando un héroe la entusiasmaba
de batallas; llena de amarguras por la tristeza de un
enamorado en desgracia; sintiendo el corazón
lleno de odio y el gesto salobre de un ruin envidioso;
toda ternura con el suspirar de una cautiva maravillosamente
bella; rebosando clarinadas por boca de un guerrero
vencedor; audaz de piraterías en el abordaje
de un corsario: todas las vidas que encierran todos
los libros que un niño puede leer, las vivía
Francina alucinada
" (Francina)
"Llegó prestigiada por treinta años
de servicios en casa de unas viejecitas solteronas que
acababan de morir con pocos días de diferencia.
Sabía cocina y repostería. Exigía
una pieza dormitorio para su uso particular y que le
aceptaran un gato negro, gordiflón y taciturno.
Ella se llamaba Tránsito: él Paquito.
Porque siempre iban juntos, pareja estrafalaria: doña
Tato vieja, magra, la cara llena de arrugas hondas convergentes
a la boca, el trasero saliente, los brazos muy largos
y hábito del Carmen Paquito desmadejado, bostezante,
silencioso en sus escarpines blancos.
Lo trastornaron todo en casa. La. vieja empezó
por expulsar de la cocina a los otros gatos y a las
otras sirvientas. La cocina era suya. Sólo a
mi -con aires de condescendencia-. me dejaba entrar.
Encerrada con llave, se entendía con las sirvientas
por el torno y si alguna quería deslizarse adentro
o insinuaba el propósito, la insultaba, mezclando
a los dicterios tiradas de latines. Y como vomitando
ese mejunje al par que aspeaba los largos brazos tenía
algo de bruja, la creyeron en pacto con el demonio y,
horrorizadas, la dejaron vivir a su placer.
Los gatos tardaron más en darse por vencidos.
Llegaban oteando por el torno o la ventana, buscando
piltrafas, ansiosos de rescoldo. Y hallaban un brazo
y una escoba mucho más largos que lo previsto
y que siempre, invariablemente, les caía en medio
del lomo. Hasta que uno quedó descaderado no
parecieron tomar en serio el peligro que era la vieja.
Desde entonces se refugiaron en el repostero, junto
al anafe y las otras sirvientas, en acercamiento de
víctimas del mismo poder." (Doña
Tato)
"Era un viejo cincuentón, alto, cenceño,
bien plantado, puro músculo bajo la piel morena
que apenas marcaban las arrugas. Tenía blancos
los pelos y las barbas, largos unos y otras, lo que
le daba aire bíblico, asemejándolo a esas
tallas primitivas que son pastores en los nacimientos
del Niño Dios. Los ojos parecían negros,
pero destellos azules y estrías grises los tornaban,
como las uvas, sin color preciso. Y tenían tal
luz de bondad, que al sonreír la bocaza desdentada
eran ingenuamente infantiles.
Se llamaba Florisondo González y ocupaba en una
gran Hacienda sureña el puesto de capataz de
los taladores. A pesar de sus años, ninguno lo
aventajaba en resistencia." (Don Florisondo).
" Tenía la cara rugosa, pequeñita
y el cuerpo endeble, de garfio tembloroso. Un pañuelo
negro atado a la cabeza le ocultaba el pelo, formando
visera a los ojos grandes, cuencos de agua clara inexpresiva.
Por la hendidura de la boca asomaba un diente, un diente
único, largo, torcido, amarillo de soledad. La
nariz bajaba en busca del mentón. Arrebozada
en un chal obscuro, iba delante de ella, tanteando,
un bastoncillo de quila.
Había oído decir que era vecina nuestra,
dueña de un terrenito de Cohineo. Se llamaba
Santos Poblete, pero todos cariñosamente, le
decían doña Santitos.
Llegó en un carretón de familia tirado
por bueyes, uno de esos carretones que fueran el orgullo
de nuestros abuelos, Era una especie de casita con una
puerta trasera y dos ventanas laterales, con cortinillas
de percala a pintas, todo ello verde rabioso y empingorotado
sobre ruedas enormes y chirriantes. La acompañaba,
picana al hombro, un muchacho. Su hijo, tal vez."
(Doña Santitos)
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Cuentos
para Mari-Sol. Cuentos. Santiago-Chile, Editorial
Zig-Zag., 1938, 50 págs.
Relatos
dedicados a los niños en los cuales la autora
desarrolla es "lógica mágica"
que su lector, el niño, reclama para gozar de
"una participación mística"
en la cual "oye un relato, sin dejar de ser auténticamente
él mismo, se identifica de modo pleno con los
protagonistas"; así en esta veintena de
relatos desfilan por los espacios rurales y domésticos
una cantidad de animalitos tales como: ratas, conejos,
ovejas, perros, lloicas, cóndores, loros, zorros,etc.
Y los hace convivir dando cuenta, en algunas ocasiones,
de las odiosidades que se tienen ellos. Así la
autora desplaza sutiles moralejas y, por ello, no es
difícil a través de la amena lectura de
estos relatos encontrar retratado nuestro espíritu
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Humo
hacia el Sur. Novela. Buenos Aires, Editorial Losada,
1946, 256 págs.
El
humo como la niebla, la neblina o el aguacero no sólo
desdibuja los nítidos contornos cordilleranos,
también oscurece, deforma y diluye las demás
aristas de los personajes; rompe y araña las
máscaras de la concupiscencia, de la ambición
y del poder. El pueblo emerge siguiendo la geometría
interna de la protagonista -doña Batilde-, éste
constituye el símbolo de su poder, la materialización
y deformación del fruto de sus entrañas
yermas, sustituto de la esterilidad a que la condena
la impotencia de Juan de la Riestra, su esposo. Esta
carencia esencial transforma a la protagonista en la
personificación de la dureza, de sequedad y la
avaricia; el pueblo, su justificación vital es
amenazado por las oscuras fuerzas de la civilización
y del progreso: el puente, que desviará el flujo
de la riqueza hacia otras regiones y hacia otros bolsillos
hace que doña Batilde esté dispuesta a
todo, al crimen incluso, si eso evita el despojo de
esta otra sangre que circula por sus venas: el dinero.
Varios personajes desfilan por estas páginas,
mostrando falsas identidades, exceptuándose Solita
y la madre de esta pequeña, para quien el mundo
de los adultos es extraño y contradictorio, poblado
de falsos valores y de seres que no son de "de
veras".
Fragmentos.
"María Soledad alzó los ojos
del tejido y los fijó en doña Batilde,
sorprendida por su largo silencio. La vio tiesa en el
sillón, junto los muslos, junta las piernas,
los pies unidos por los talones, volteadas las puntas
de los botines de cuero basto. Sobre la exigua cintura,
afinada y esteril, alzábase el busto con dureza
de metales, anchos los hombros, apenas insinuada la
leve comba del pecho, fuerte el cuello y la cabeza erguida
de tan puro perfil que evocaba un camafeo, net la nariz,
hendiendo el aire la barbilla con firme curva. El pelo
castaño, con ígneos matices de cobre,
se peinaba simplemente sobre la coronilla, formando
un moño del que mechitas rebeldes escapadas a
su disciplina, desdibujaban pequeños ricillos
sobre las sienes y la nuca. La piel era de tersa saludable
elasticidad. Allí estaba rígida e inmóvil,
adivinándose bajo esa actitud una fuerza flexible,
un dinamismo renovado."
"María Soledad sentía una latente
molestia al oírle repetir los mismos sórdidos
consejos, los mismos reproches tan ciertos como gratuitos,
mientras la veía, siempre tiesa en su silla,
con el mismo traje color café, por ser el más
sufrido, con los absurdos botines de cuero epicenos,
con elástico a los costados y una huincha atrás
y otra adelante para tirar de ellos y poder metérseles,
hechos desde hacía treinta años por el
mismo zapatero. Y persistiendo en su actitud de juzgadora
inapelable del mundo, con los brazos cruzados sobre
el pecho enjuto y las manos extrañamente hermosas,
calcada toda ella sobre una especie de molde. Igual
a como la había conocido ocho años antes,
con su perfil para colocarlo sobre un ónice,
sobre un azabache, sobre un esmalte, Era cansadora en
su perfección, en su raciocinio inapelable, con
su minuciosa exactitud de cronómetro insensible
a toda angustia, a toda esperanza."
"Había que tener también en cuenta
el clima. Pueblo sureño, entre estribaciones
de la cordillera, apegado a su flanco, los bosques empezaban
casi en sus lindes, tan solo con la sierpe de los caminos
abriéndose trabajosamente por ellos a golpe de
hacha. El verano era apenas una súbita y apresurada
tibieza, un despuntar de flores con tímido asombro,
en breve y apretado canto de pájaros, impacientes
para hacer que cupieran todos sus trinos en tan pocas
mañanas, un instante para dejar que el sol pusiera
rojo en las manzanas y en las mejillas juveniles, rubor
que instaba a los dientes a buscar la pulpa de una fruta
o de un beso. Lo demás era tiempo de humo, tiempo
de neblina, tiempo de porfiada lluvia.
Humo de roces que ardían en la montaña,
manera bárbara de conseguir campos de cultivo,
hoguera próxima o lejana que anunciaba el desordenado
revuelo de los pájaros, huyendo en imprecisas
bandadas lastimeras. Luego aparecía el humo mismo,
parado en el cielo fosco, lleno de cárdenos resplandores.
La atmósfera se recalentaba entonces haciéndose
irrespirable, hasta que llegaba el viento señor
de los destinos.
Tan aparentemente dueño de sí mismo el
fuego, alimentado en su propia entraña elemental,
y era tan sólo un siervo del viento que lo manejaba
a su capricho, llevándolo hasta la ribera de
los ríos a templar sus ardientes metales en las
aguas, apagando en los anchos cauces sus fulgores de
astro, que lo empujaba hacia la fatalidad dejando a
su siga el tizón, las cenizas, esqueletos carbonizados
de árboles y animales, que lo arrebataba contradictoriamente,
rizando curvas en las que el azar danzaba frenético,
aislándolo en regiones alucinantes de troncos
ardidos que vociferaban sus estertores de resinas martirizadas,
muriendo doblado sobre su propio corazón en ascuas,
entre piedras y aguas, inmisericordes ante su desvelado
rencor."
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La
Mampara. Novela. Buenos Aires. Emecé Editores,
1946, 80 págs.
La
historia se desarrolla detrás de la mampara,
único vestigio del pasado próspero, protagonizada
por tres mujeres Carmen, Ignacia Teresa y la madre de
ambas. Son tres modos de enfrentar la vida y sus avatares.
Carmen niega la realidad, la mísera situación
actual después de un pasado acomodado del que
queda la puerta y la ubicación aristocrática
de la casa; Ignacia Teresa, por su parte, posee una
postura más auténtica, si bien no logra
vencer algunos temores para alcanzar su plena inserción
en una cotidianeidad caracterizada por el desafío
constante de la sobrevivencia; la madre representa la
lucha entre el pasado y el presente, tironeada por las
diferentes visiones de mundo de las hijas. Soledad,
incomunicación, autenticidad, enajenación
constituyen los grandes temas de este relato, en la
que cada uno de los personajes queda atrapado en sus
obsesiones: ningún acercamiento entre estas mujeres,
ningún diálogo que mitigue el dolor, la
angustia, la ira, pues todo transcurre en sus conciencias
sin llegar a compartir sus sentimientos, sueños
y desvelos.
Fragmento.
"Cuando a las siete salía Ignacia Teresa
rumbo a su trabajo, ya estaba cada uno de los vidrios
repasado esmeradamente, brilloso el bronce del tirador
y de la chapa, como también el encerado de la
madera. La puerta abierta, estrecha y alta, parecía
anularse para dejar lucir la mampara en todo su esplendor,
de vidrios rojos, amarillos y azules, mosaico de formas
geométricas con un rocetón al centro.
El timbre del despertador abría un hoyo en
el sueño, y por ese boquerón, trabajosamente,
pasaba Ignacia Teresa a la vigilia del nuevo día:
Pero no sólo pasaba ella, sino que la madre,
instantáneamente levantada y arrastrando las
zapatillas por la casa, y luego bajando por la escalera
-¿llovía, trasminaba el viento, ardía
el sol, la niebla desintegraba los cuerpos?- la sentía
llenar el cubo de agua, e irse por el patio y el pasillo
a ese su quehacer primero y obsesivo
"
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Raíz
del Sueño. Cuentos. Santiago-Chile, Editorial
Zig-Zag, 1949, 145 págs.
Bajo
este título se agrupan ocho cuentos: "Raíz
de sueño (que da nombre al libro), "Una
mañana cualquiera", "Un trapo de piso",
"Encrucijada de ausencias", "La casa
iluminada", "La otra voz", "La niña
que quiso ser estampa" y "Soledad de la sangre".
Estos relatos están unidos por un fuerte contenido
dramático, donde oscila la realidad y el sueño
con algunos pasajes alucinantes propios de mentes obsesionadas.
Los personajes, en su mayoría niños, son
seres atormentados, rebeldes, inmensamente humanos cuyas
almas se debaten entre el bien y el mal; entre la realidad
y la ilusión, entre el fracaso y la esperanza.
A través de estos cuentos desfilan personajes
inolvidables: el torturante, asfixiante y egoísta
cariño materno que apaga ilusiones y mata esperanzas;
angustia de no poder enfrentar con alegría la
vida que florece en toda su plenitud fuera de la prisión
ya sea de la casa o del almacén; amargura intensa
ante el sentimiento de soledad e incomunicación;
un fino y , a la vez, hondo perfil de sensibilidad y
ternura; algo más que una estampa lugareña,
una profunda penetración sicológica sobre
la sensibilidad, la rebeldía ante el sojuzgamiento
a que es objeto la protagonista en " Soledad de
la sangre".
Fragmentos
" Como si la cubrieran capas de velos, finos
y adherentes, luchando con ellos largo rato, en la angustia
y en la obscuridad, tableteando y repercutiendo el corazón
y una carga de losa en el pecho. La voz estaba dentro
de ella, perdida. Lúcidamente el cerebro impulsaba
a la concentración que la haría emerger
en un grito, como impulsaba a las manos a deshacerse
de los velos, unos sobre otros, ahogándola. Hasta
que el grito repercutía en la casa, rebotando
en los salones y perdiéndose en el lago frío
de los espejos. Al propio tiempo que una mano húmeda
se aferraba al conmutador y la luz, súbitamente,
echaha la pesadilla al pozo de lo pasado.
Pesadilla que la esperaba en el centro del sueño,
que ya sabia que la esperaba, obligándola a mantenerse
despierta, luchando por no dormirse, construyendo agotadores
juegos de imaginación, inconexas figuras. de
recuerdos, alucinadoras esperanzas sin perfil. Como
también sabía que al regresar á
la vigilia, la madre estaría a su lado, con el
largo flotante camisón arrastrando por el suelo.
La trenza negra cayendo por la espalda y en la cara
blanca del verdor de los ojos, brillantes, duros, con
algo de la expresión del animal doméstico
que bien puede lamer la mano como destrozarla de una
dentellada." (Raíz del sueño)
"Una casa que se llamaba "Sotileza".
Una mujer laboriosamente avejentada, con prolijas arrugas
y parquedad de herramienta. Un hijo con los ojos vagorosos
por los fondos de unos lentes, sumergido en la ácuea
profundidad de su verde. Todo él lejano, ajeno
de los acontecimientos, como si los lentes fueran un
límite tras del cual se viere la vida sin participar
totalmente en ella. Y una muchacha un poco más
allá del filo de la adolescencia como un puño
cerrado que aún no se sabe qué sorpresa
guarda: si una medalla, una almendra, o una protesta,
- salida del hogar del Melero mitad de la firma, del
que seguía a la y; mitad del negocio, mitad del
dinero, mitad de todo, mitad de ella misma, que nunca
había sido por entero María Engracia,
sino la chica de los Melero dcl almacén de la
esquina.
El almacén lo abrió el abue1o. La casa
la levantó el padre después que murió
el abuelo. La firma se constituyó cuando la mujer
se quedó sola, con el niño dubitativo
divagando entre tercios de yerba, bolsas con nueces,
y cajones de jabón que no tenían para
él más firmeza corpórea que las
nubes. Se asió para ello al nombre de ese otro
Melero montañés, desconocido y providencial,
de tosca hombría llegado a América con
unas pesetas atadas en la punta de su pañuelo
de hierbas, ávido de fortuna." (Un trapo
de piso)
"Parecía una estampa, pero no representando
un ángel, sino una niñaa del pasado siglo
que rnostrara un ajustado corpiño, una ancha
falda hasta media pierna, una aglobada manga, todo en
un color de rosa desvanecido y levemente violáceo,
lleno de encajes y de bordados. Pero el encanto no estaba
ella vestimenta, ni siquiera en la evocación,
sino en la niña misma, espigada, sin ninguna
de esas rollizas características que definen
la infancia, toda ella hecha en un material moreno,
vivo y mate, pétalo tierno de magnolia. El cabello
partido en crenchas caía bucles por la espalda.
Y las facciones perfectamente definidas hubieran sorprendido
e inquietado en un niña si los ojos castaños,
punteados de oro, no tuvieran una expresión inmensamente
pueril.
Días después la niña preguntó
a la abuela:
¿Qué es una estampa?
-Estampa
- dijo la abuela, cansada como estaba
de la indagación constante-, estampa es
-una estampa inglesa.
¿Y qué es una estampa inglesa?
Ay! Qué niña ! Las que están en
el escritorio del abuelo.
-¿Cuáles?
¡Ay! ¡Qué mosca! Esas que representan
a dos caballeros, de levita roja, fumando largas pipas
al lado de la chimenea. Y la otra, en que varios caballeros
están bebiendo cerveza en una taberna. Y las
otras dos, en que otros caballeros, también con
levitas rojas, van de caza con unos perros.
La niña pensó un rato y luego la sobresaltó
con otra pregunta:
- Abuela: ¿para estar en una estampa se necesita
ser caballero y llevar levita roja?"(La niña
que quería ser estampa)
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María
Nadie. Novela. Santiago-Chile, Editorial Zig-Zag,
1957, 159 págs.
Alabada
por muchos críticos como una de las mejores novelas
de Marta Brunet, también concitó el rechazo
por su fragmentarismo , por la falta de "soldadura"
entre sus dos partes tituladas: "El Pueblo"
y "La Mujer"; sin embargo, es esa ruptura
la que mejor da cuenta de la realidad de su protagonista,
su exterioridad, su apariencia poco o nada tradicionales,
que despiertan la animosidad de las mujeres del pueblo:
María López es la telefonista del pueblo
de Colloco, lugar al que llega después de una
desilusión amorosa; su forma de vestir, su independencia,
su falta de lazos con el mundo a excepción de
Cacho y Conejo -dos pequeños del lugar-, el enigma
que encierra su existencia anterior hace que los hombre
se sientan atraídos y las mujeres amenazadas
por su presencia. Las conjeturas, comentarios y chismes
de las vecinas acerca de su pasado trasforman el lugar
en un ambiente hostil, hecho que se manifiesta en una
función de teatro en un lugar, casi a las afueras
del pueblo, adaptado para este acontecimiento; allí
es insultada y despreciada públicamente por una
mujer, que es la madre de uno de sus pequeños
amigos y, a la que se sumaron otras voces femeninas.
El relato presenta una interesante galería de
personajes y diferentes conflictos que se desarrollan
entre ellos: Petaca y Lindor o las hermanas Melecia
y Liduvina. En la segunda parte, a través de
una suerte de confesión que le hace a un gatita
abandonada conocemos su historia íntima y secreta
que la ha empujado a buscar paradojalmente refugio en
ese lugar.
Fragmento
El camino serpeaba por la montaña, tallado
en la roca, angosta cornisa siguiendo el curso de un
río disminuido por el verano, pero que de súbito,
en lo profundo del tajo, atestiguaba su existir con
un espejeante remanso. Así que el camino subía,
la presencia del bosque era mayor, compacta, húmeda,
perfurmada, rumorosa e íntima. Porque a esa hora,
inminente la noche, los arreboles creaban increíbles
dorados en lo alto de los árboles; pero hacia
abajo, en archipiélagos de sombra, la vida de
infinitos mínimos seres cobraba un sostenido
tono menor, de llamados, de arrullos, de admoniciones,
de despedidas, todo como mullendo el silencio para hacerlo
más silencio aún.
Dura la roca de] camino. En tantos años ni
las llantas de las tardas carretas ni el paso de los
automotores habían mordido su superficie grisazulenca.
Igual al muro que le servía de respaldo, de sujeción
al vértigo que a veces producía la hondonada.
El camino nacía de los aledaños del
pueblo y era una invitación que a ciertas horas
solían aceptar los enamorados y, a toda hora,
los niños a caza de aventuras que iban desde
trepar riscos siguiendo huellas de animales salvajes,
a adormilarse en la lenta caza de lagartijas, de trepar
alto en procura de nidos, a sencillamente atiborrarse
de dihueñes, maqui, moras o murallas.
Por el camino, a la vista ya del pueblo, bajaba,
rápido y sigiloso, un chiquillo. Parecía
todo él de bronce dorado, hasta el pelo colorín,
y las pecas diseminadas no sólo en la cara, sino
en todo el cuerpo, acentuaban el tono de la piel tensa
de salud, cubriendo largos, apretados músculos.
Un hermoso cuerpo de chiquillo en que la cabeza altiva
sobre los hombros conquistaba por la belleza expresiva
del rostro.
La cuesta parecía tirar de él, irlo
sumiendo en la sombra que a su vez subía de la
tierra. Le era la caminata ejercicio habitual y no le
jadeaba la respiración, pero había ansiedad
en sus ojos al escrutar el pueblo, íntegro a
la vista abajo, mostrando sus calles simétricas,
damero con una plaza al centro, su estación a
un costado, su escuela, su calle del comercio, sus edificios
principales rodeados de vastos sitios y, también
en vastos sitios, los edificios menores. Pueblo igual
a todos los pueblos del sur, junto a un río,
en un valle entre montañas, como de juguete,
con casas de maderas pintadas de colores, encaperuzadas
de tejuelas, condicionado por una excesiva geometría.
Sí, pueblo como de juguete para gentes felices.
Varios hacendados se unieron a la poderosa Compañía
Maderera de Colloco para que se creara un paradero en
la línea de ferrocarril ya existente, no tanto
para ir y venir de pasajeros, como para llevar hacia
el norte los productos de la zona.
Así nació la estación, perdida
en la red de desvíos, vagones, tinglados, rumas
de maderas elaboradas, ir y venir de carretas, de camiones,
de autos, de coches. Perdida como un corazón
normal en el cuerpo de un gigante. Preciosa y precisa,
marcando su ritmo con el tictac del reloj. Metódica,
eficaz e incansable
"
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Aleluyas
para los más chiquititos. Versos para niños.
Santiago-Chile, Editorial Universitaria, 1960.
Libro
de poemas con bellas ilustraciones de la artista Roser
Bru, se trata de versos sencillos, que cantan historias
simples de aventuras de animalillos, plenos de emotividad,
musicalidad e imaginación para despertar en los
infantes el interés por la poesía y los
sentimientos que se expresan a través de ésta.
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Amasijo.
Novela. Santiago-Chile, Editorial Zig-Zag, 1962, 183
págs.
Novela
de carácter eminentemente urbano explora el tema
de la homosexualidad, centrado en los conflictos interiores
del protagonista para quien su condición es fuente
de sufrimiento, de rebeldía y de soledad. El
protagonista un joven actor teatral, cuya infancia ha
sido signada por la soledad; hijo de una madre adolescente
que se casa con un hombre rico, pero mucho mayor. Al
poco tiempo de casados, se muere el marido y entonces
el hijo póstumo es educado bajo la tiranía
amorosa de la madre, quien muere y lo deja en compañía
de Benedicta, la criada, quien continuó criándolo
con eficacia administrativa y con seca rigidez; por
último, aparecerá Teresita: su enfermedad,
las confidencias, sus conversaciones conducirán
al protagonista a un final equivocado. Julián
García es un ser atormentado, escindido entre
el ser y el deber ser, que no encuentra salida ni siquiera
en la creación artística para la angustia
existencial en que está inmerso. En este sentido
la anormalidad del artista va más allá
de la conducta sexual y de los conflictos morales que
la integran: atraviesa la realidad ineluctable de la
vida para reflejarla en los espejos, haciéndola
pasar a través de los prismas, las cribas y el
infierno espiritual de una conciencia lúdica,
exigente y hiperestesiada. La piedad y el horror en
el más perfecto equilibrio emergen en el texto
para suscitar la emoción trágica; el artista
en su desnudez, libre para crear como un "narciso
deleitososamente empecinado ante el espejo".
Fragmento
"Sentía la cara inmovilizada por una
máscara fría.
Incómodamente sentado, con las manos apretadas
sobre el extremo de la mesa, frente a Benedicta, también
en una postura rígida, ambos en el comedor, en
esa hora del almuerzo que los unía siempre pata
hilvanar deshilachados pedazos de conversaciones.
Tan menuda Benedicta en su traje monacal, casi invisibles
las arrugas a fuer de múltiples y finas, aguda
la mirada de los ojillos que no necesitan cristales
para descubrir una pelusa en lo alto de una cornucopia
ni tampoco para leer los hechos policiales, con la piel
morena aclarada por los polvos blancos y el pelo cano
tirante en un moño sujeto por horquillas metálicas.
Vejez que dejaba presentir la fuerza de una voluntad
poderosa.
-¿No se sirve? Siempre le han gustado los langostinos
dijo, buscando traerlo a la realidad del almuerzo.
Ah! Sí, pero es que no tengo ganas.
Cruzó entonces Benedicta el servicio sobre la
comida, su pie se apoyó en el timbre bajo la
alfombra y; cuando apareció el mozo, con los
ojos señaló los platos intocados.
- El que. yo no tenga ganas de comer no quiere decir
que usted no coma dijo por algo que le pareció
un reflejo de buena educación.
- Quizá
- lo miraba con los ojillos suspicaces
-. ¿Tuvo visita, no?
Si lo sabe, ¿para qué lo pregunta? Tuve
visita - se dio cuenta también de que los reflejos
de la buena educación habían desaparecido.
Avanzando el cuerpo, Benedicta quedó al borde
de la silla.
-¡Vaya! No creo que eso sea para hablar así,
tan como que se fuera a enojar.
- Estoy cansado - contestó disculpándose.
- Si llega tarde y se levanta apenas después
de echar un sueno.
- Estoy cansando - repitió impaciente.
- El mozo continuaba cambiando platos, presentando el
nuevo manjar
"
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Obras
Completas. Santiago-Chile, edit. Zig-Zag,1962.
Esta
edición incluye todos sus libros de cuentos,
sus cuentos para niños, novelas cortas, novelas
y un apéndice con notas biográficas, fechas
de publicación de sus obras y referencias. El
prólogo es de Joaquín Díaz Arrieta
(Alone) para este la escritora pertenece a esa clase
de escritores que frente al crítico se muestran.
"sólidos, compactos, envueltos en su radiante
caparazón, se defienden presentando a las flechas
amigas una superficie impenetrable. Su creación
transcurre en una especie de inconsciencia, a espaldas
del pensamiento, ajenos a la lógica, y cuando
de las ha dirigido un prudente número de elogios
fundamentales, el asunto ha concluido y es preciso dejarlos.
Quedan en su sitio, intactos, sonriendo inmóviles,
como si nada les hubiera pasado." Alone nos habla
de su infancia , de su desarrollo como escritora, de
sus éxitos, de su soledad: "Solitaria y
sonriente, con su angustia, resiste al asedio cordial
refugiada en esa otra soledad que es el silencio".
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Soledad
de la Sangre. Montevideo, Editorial Arca, 1967,
116 pp.
Este
libro editado en Montevideo recoge ocho relatos de la
autora: Doña Santitos, Aguas abajo, Piedra callada,
Soledad de la sangre, La otra voz, Un trapo de piso,
La casa iluminada y La mujer y "esa", la selección
esta precedida de un prólogo del escritor e investigador
Angel Rama titulado "La condición de la
mujer" quien señala de manera certera y
sin concesiones que Marta Brunet viene a sumarse a "unas
mujeres nuevas que entonces estaban apareciendo en América
Latina rehusándose a vestir el traje convencional
que unos hombres también convencionales les habían
cortado, y hasta rehusándose a ser mujeres ya
que aspiraban a convertirse en seres humanos, o sea
plenos copartícipes creadores de esa calidad
humana que hasta la fecha habían expresado y
teorizado, en la literatura, sólo los hombres";
en esta interesante presentación Rama parte de
su primera obra: Montaña adentro (1923) , para
luego comentar uno a uno los relatos selecionados en
que la mujer sigue siendo la protagonista de las historias
contadas, historias que son la evocación de las
voces interiores a la que la autora se ha entregado
en un afán de reproducirlas con pasión
y fidelidad.
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