Su
Obra
Presentación
de su Obra
Berta
López Morales
Universidad del Bío-Bío
Cuando
se publica la primera novela de Marta Brunet en 1923, bajo
el título de Montaña adentro, la crítica
celebra esta nueva voz con adjetivos que poco o nada tiene
que ver con el sujeto real de esa escritura. En efecto, las
comparaciones con Baldomero Lillo o con Guy de Maupassant
dejan claro la inexistencia de un paradigma femenino que sirviera
de referencia para catalogar la potencia, la originalidad
y belleza de un relato cuyos ingredientes eran la sustancia
habitual del criollismo en boga en esa época: un villorrio
perdido en la montaña, una muchacha campesina burlada
por un don Juan rural, la dureza de la vida del campo sometida
a la crueldad y omnipotencia del latifundista y sus esbirros
y, finalmente, los esfuerzos inútiles de la protagonista,
por construirse una vida digna, ahogados por las pasiones
primarias de una sociedad patriarcal, machista y desigual.
Hasta aquí pareciera que nada nuevo ocurre en una novela
que se escribe a la sombra del gran Texto de la Sociedad,
ya que sigue dando cuenta de sus estructuras, de sus relaciones
de poder y de los mecanismos que mantienen y regulan un mundo
que deviene siempre igual.
El éxito obtenido por Montaña adentro en el
momento de su publicación se debe según los
críticos a la extremada juventud de su autora, quien
se perfila ya como eximia narradora, hábil para atraer
la atención del lector, maestra en el uso de un lenguaje
que, sin caer en el lirismo, es capaz de transmitir con inusual
belleza no sólo el rigor de la naturaleza sino también
sus instantes de mansedumbre y de quietud. Se la valoró,
en este sentido, por el tratamiento antropomórfico
que hace de la naturaleza en éste y otros textos, reconociéndosele
con asombro, el gran conocimiento que ostentaba de la realidad
campesina y de los seres humanos plenos de egoísmo,
pasiones y grandezas que la habitan, así como de su
capacidad para plasmarlos en un relato, cargado de fuerza
y dramatismo.
La vigencia y frescura con que perviven hasta hoy no sólo
ésta sino también el resto de sus obras, no
pueden explicarse sólo en función de la precocidad
de su escritura, del profundo conocimiento de la naturaleza
humana ni tampoco por la maestría con que cumple, en
su primera novela, las propuestas estéticas y programáticas
del criollismo. La actualidad de la autora y sus permanentes
relecturas son convocadas por la convicción que esa
primera lectura de su obra y la respuesta de la crítica
estuvo inmersa en los avatares de la época: construcción
de un concepto de nacionalidad, de identidad o autenticidad
que constituían la preocupación fundamental
de nuestros creadores e intelectuales.
En
efecto, lo que llama la atención en sus relatos es
el fuerte protagonismo femenino, lo que obliga a hurgar más
allá de los discursos de la identidad nacional e interrogarse
¿si esta masculinización que la crítica
hiciera del discurso brunetiano se debe a una asimilación
natural por parte de la escritora a los preceptos del criollismo
o es el medio consciente que utiliza para colocar en el centro
de esta corriente temas y motivos destinados a dar cuenta
del lugar marginal que ocupaba la mujer, en la sociedad chilena?.
En otras palabras, su inclusión en ese proyecto generacional
constituiría el camino para la construcción
de esa identidad marginal que representa la mujer.
De este modo su filiación con el criollismo hizo
que la mayoría de los críticos de la época
sobrevaloraran los elementos campesinos, en desmedro del protagonismo
de la mujer, leyendo "fatalidad" en vez de determinismo
sociocultural; "destino de mujer", en lugar de naturalización
de un modo de vida signado por la opresión, conceptos
que la autora desarma a través del humor y la autodestrucción
de sus personajes.
En la mayoría de sus obras, salvo la ambientación
rural y el idiolecto de los personajes, el gran tema de su
escritura - como ya se ha señalado- es la mujer. Esta
aparece desdoblada en la transgresora versus la conservadora,
es esta dicotomía la que estructura sus relatos; el
conflicto y la tensión brotan de la oposición
de estas dualidades, incluso si ellas se juegan al interior
de un mismo personaje, como sucede con María Rosa,
la flor de Quillén, o con María López
de María Nadie; en el resto de las novelas se podrían
citar a Cata y doña Clara en Montaña adentro,
María Mercedes e Isabel Rojas en Bestia dañina,
Marcela y Mena en Bienvenido, doña Batilde y María
Soledad en Humo hacia el Sur, Carmen e Ignacia Teresa en La
Mampara, Teresita y Benedicta en Amasijo.
Marta Brunet no se limitó únicamente a mostrar
este dualismo, sino que además dotó a sus mujeres-héroes
con rasgos propios y distintos de los tradicionales canonizados
en la literatura y en la sociedad. Así, la concepción
fuera de la institución del matrimonio -por ejemplo-
no constituye en Montaña adentro el eje del conflicto,
la madre soltera no pierde su dignidad ni el orgullo; por
el contrario, es el seductor quien provee la imagen del antihéroe,
instaurándose en el interior del texto una polémica
entre el Don Juan y la figura masculina, llamada Juan ¡oh
ironía! quien convoca todos los atributos del hombre
femenizado cuya fuerza y masculinidad radica en su ternura
y en la honestidad con que otorgar cuidados maternales al
hijo de otro; en suma, en la capacidad de éste de romper
la rigidez de los roles asignados por la sociedad a los hombres
y a las mujeres. Lo mismo sucede con don Florisondo, personaje
del cuento homónimo, quien a través del descubrimiento
de la verdad en relación con su paternidad se transforma;
o mejor dicho, ese conocimiento rompe los moldes y significados
unilaterales de paternidad versus maternidad, provocando que
la respuesta del protagonista sea similar a la de la mujer
engañada que se refugia en la apropiación del
hijo, reclamando para sí todos los derechos de filiación.
En general, las mujeres de cuentos y novelas de Marta Brunet
son seres que, al margen o no de las conductas institucionalizadas
para el género, muestran, imploran y reclaman su lugar
en un mundo organizado bajo el siguiente esquema de valores:
En la obra de Marta Brunet, la dicotomía fundamental
hombre/mujer, masculino/femenino; poder/marginalidad, con
las clásicas connotaciones de positivo y negativo respectivamente,
se expone como un espectáculo al lector, sin pedir
su asentimiento o su rechazo. Podría reclamársele
a la autora cierto distanciamiento emocional, pero este es
propio de la estética realista o naturalista que promueve
un conocimiento, una toma de conciencia, sin más. Si
en alguna ocasión hay una salida, una postura parcial,
ésta se produce a través del humor como en María
Rosa, Flor del Quillén y "Doña Santitos".
En el primero, el desenlace previsto por el desarrollo novelesco
sufre una torsión, como se verá a continuación.
Tradicionalmente, el tema del honor requiere de un héroe
dotado de valor para restaurar el orden vulnerado; lo curioso
en esta novela es que su protagonista no necesita de un agente
externo; ella misma reivindica su honor con un rebenque, trivializando
las tradicionales armas (espadas, pistolas, cuchillos) y costumbres
y, a la vez, ridiculizando al seductor que huye maltratado,
seguido por los perros y recibiendo la burla de los eventuales
testigos de la caída de María Rosa. En "Doña
Santitos" en forma burlesca se resuelve el binarismo
de las instituciones sociales, reemplazándolo por la
ambigüedad de un "quizás"; es así
como la fórmula de la felicidad, el final feliz de
una historia cualquiera no es el sí del contrato matrimonial
ni el no del celibato. Lo divertido del relato resulta del
contraste entre la figura casi esperpéntica de la mujer
y el estereotipo de la "devoradora de hombres",
pero también de la solución un tanto picaresca
que propone doña Santitos para corregir los abusos
del matrimonio en una sociedad patriarcal.
Por
último, es lícito plantear una evolución
del personaje femenino en la narrativa de Marta Brunet, que
cada vez se va haciendo más complejo y autoconsciente;
baste recordar a Cata de Montaña adentro y compararla
con María López de María Nadie. La diferencia
entre ellas estriba en la progresiva acentuación de
los procesos interiores de que están provistas. En
Cata apenas se sugieren; en María estos se vuelven
en el tema de la novela, la cual podría leerse como
un Bildungsroman, donde la protagonista, a partir de su situación
actual, reflexiona sobre un pasado, que una vez interpretado
le servirá para comenzar una nueva vida. Por otro lado,
además de esta paulatina psicologización de
los personajes, se advierte una separación mayor entre
las mujeres que transgreden las normas de la sociedad y aquellas
que se someten, pero tal como se ha señalado, en ninguno
de los textos se muestra qué solución implica
el lugar adecuado para ellas. Habría que concluir señalando
que frente a la desigualdad y a la subordinación del
más débil prescritas por la sociedad, la respuesta
no se encuentra en la adopción de una de las actitudes
mencionadas, cualesquiera de ellas conducen, a la soledad.
¿Camino sin salida? " Tal vez", "quizás"
como diría doña Santitos.
En cuanto a la obra de la escritora destinada a los niños
y reunida en Cuentos para Mari-Sol (1934), Las historias de
mamá Tolita y Aleluyas para los más chiquititos
(1960) es interesante señalar algunas de sus características
y peculiaridades en relación con el relato canónico
infantil a la luz de su poética explícita contenida
en "El mundo mágico del niño". En
este ensayo, se señala que el caudal nutriente del
relato infantil se encuentra en lo popular, el folklore, de
donde autores como Andersen, Perrault y Selma Lagerloff "tomaron
desde el motivo primario de su obra hasta las modalidades
propias del diálogo y la acción". Al respecto,
Marta Brunet toma del relato la conseja popular los elementos
de su oralidad, la relación constante y presente entre
el emisor y el destinatario: "No sé si ustedes
saben...", "Resulta que...", "ya les dije...",
etc., tratando de crear una "comunión, comunicación
de una secreta unidad que el niño debe intuir a través
del lenguaje de los símbolos". Debido a este carácter
oral, será frecuente encontrar en sus cuentos el empleo
de onomatopeyas, "Zas", "Brrr", "Pum",
más eficaces que las palabras a las cuales sustituyen,
pues despiertan sensaciones tanto o más vitales que
su posible representación.
Otro elemento a considerar es los personajes de los cuentos,
la mayoría animales pertenecientes a la fauna chilena,
pero que a diferencia de sus congéneres de las fábulas
de Esopo o de Lafontaine, no están allí con
una finalidad didáctico-moral. "En todas las literaturas
incipientes se encuentran, en sus primeros balbuceos, fábulas
en las que los animales participan, no siempre para impartir
lecciones de moral, precisamente". Ello nos remite a
las ideas expresadas por Solita, el personaje infantil de
Humo hacia el Sur, para quien los animales domésticos
son más reales que las muñecas o los demás
juguetes.
Los
animales en los relatos son presentados en sus aspectos más
pintorescos, cómicos o trágicos, siempre en
relación lúdica con el niño. No se trata
de enseñar zoología sino de la identidad que
se produce y del goce provocado en "poder considerar
a su gato como un respetable caballero y a sus pequeños
amigos como una manada de lobos". Chunchos, sapos, conejos,
cóndores, lloicas, gatos y perros cada uno destacado
en aquello que les hace ser temido, amado, respetado o admirado;
el chuncho, por ejemplo, voceador de males y desgracias, convertido
en guía de los animales perdidos en el bosque; el plumón
rojo de la lloica, explicado como la recompensa de una buena
acción; la capacidad del cóndor junto al más
humano de los sentimientos como son la piedad o la compasión;
en fin, largo sería enumerar cada uno de los atributos
que la autora resalta de ellos y donde no se crea que la glotonería,
el fastidio o la pendencia están ausentes; como los
seres humanos los animales también tienen defectos.
En esto consiste la concepción de la autora sobre el
mundo y sus creaturas de ficción; indudablemente, la
vitalidad y fuerza de sus personajes se manifiesta en la profunda
humanidad de su autora, para quien el goce de la lectura y
la posibilidad de abrir nuevos horizontes en un eventual cambio
de paradigma de la sociedad constituirían no sólo
una justificación, sino el sentido de toda su obra.
Muchos son los aspectos destacables de la obra de Marta
Brunet , bástenos señalar -a modo de ejemplo-,
el trabajo riguroso que hace del lenguaje, su plasticidad,
su adjetivación perfecta como la sintaxis exacta para
la duda y la certeza, en fin esa pasión verbal que
desborda en sus páginas y que anticipa desde ya ese
otro desborde que la crítica ha nomina: el realismo
mágico de nuestra América.
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