COMENTARIO CRÍTICO
SUB TERRA
Si
el fin perseguido fuera conmovernos intensamente, sería
tan deficiente la producción artística originada
por un espíritu tendencioso como la que se basara en
la repudiada doctrina de "el arte por el arte".
Y como indiscutiblemente tal debe ser la finalidad de una
obra de arte, debe primar sobre la hermosura de la forma la
bondad que dimane de ella, es necesario hablar a los sentimientos
antes que al buen gusto: primero somos hombres, después
artistas.
Bajo este criterio el señor Baldomero Lillo, con su
hermoso y sincero libro, ha realizado una labor benéfica.
En sus cuadros sentimos y gustamos la potencia sana y robusta
de su arte, y en la síntesis del ideal a que aspira
vemos el anhelo piadoso que pone ante nosotros las penurias
de los obreros para excitarnos a compasión. Menester
es confesar que lo consigue ampliamente.
Sub terra es bueno y bello. Su lectura produce dos emociones
diferentes: la primera es el dolor compasivo que inspiran
los accidentes de la vida minera, donde los hombres se revuelven
oprimidos por el peso de una angustia infinita, la lucha silenciosa
en las profundidades de la tierra para arrancar de los veneros
el carbón que ha de transformarse en el oro destinado
a aprovechar a otros.
La segunda de estas emociones es de admiración, de
agradecimiento -que son nuestros también los dolores
de los otros- para aquel que los pone a nuestra vista cubiertos
con el hermoso ropaje que les presta su potente fantasía.
El arte del señor Lillo es como una arma defensora:
sin violencia, poniendo de relieve las miserias con el hondo
sentimiento de que se impregnan al pasar por el cedazo de
su cerebro, nos hace condolernos de ellas.
Cuando se sustentan ideales es necesario luchar por su realización
con las fuerzas y energías de que se dispone; no pertenece
a la falange de hombres libres, que tratan de ampliar la vida,
quien aspira sólo al aplauso que halaga la vanidad.
Ver a la muchedumbre que sufre y dejarla ir como una masa
inconsciente que más que camina se precipita a estrellarse
contra un obstáculo, no es obrar bien. Precisa aportar
al edificio de la común felicidad el esfuerzo propio,
arrostrar con valor y con fe las dificultades que cada conquista
ofrece, y confundiéndose con los oprimidos, ir con
ellos por el ancho camino de la existencia, entonando el himno
del amor y la igualdad.
Baldomero Lillo camina con el tropel. Ha vivido con él,
con él ha sufrido, y a través de su exquisita
sensibilidad, juzga y pinta en su obra la eterna brega de
vivir, la feroz conquista del mendrugo...
Si alguna observación me ocurriera para el libro que
juzgo, es la siguiente:
Si es cierto que la vida es triste, por los dolores que origina
toda lucha, hay también momentos de placer: los que
proporciona la satisfacción del deber cumplido, el
regocijo de sentirse fuerte ante la vida, poder sobreponerse
a la existencia abrumadora y triunfar en la batalla gloriosa
del trabajo.
La figura del minero que se yergue tranquilo junto al obstáculo
salvado, que sabe sufrir su miseria con valor, y que gracias
al esfuerzo constante alcanza la paz del espíritu,
falta en el libro del señor Lillo.
En cambio, si de Sub terra quisiera citar alguna parte relevante
no podría hacerlo; cada cuento es una nota y el libro
entero una magnífica frase orquestal al mismo diapasón.
De la primera a la última página filtra el eterno
dolor del triste drama humano; sólo al final Caza Mayor
provoca una sonrisa: es el sainete obligado de las dramas
sensacionales.
Gratitud y aplauso merece el hombre que, como el señor
Lillo, cumple la sagrada misión de defender a los pequeños,
los humildes, los desamparados.
Rafael Maluenda Labarca
(La Ley, 12 de noviembre de 1904)
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