Mariano
Latorre en esos años era un mancebo de buena estatura,
delgado, de carne muy blanca y de pelo ondeado y rubio,
que dejaba flotar descuidadamente por la cabeza y aun por
la frente. Lo que en cambio cuidaba con no poco esmero era
el bigote, ancho y largo, en contraste con las mejillas
hundidas y que acompasaba muy bien con la frente ancha y
despejada. Los ojos eran reidores. De color indefinible,
claros como la yerba mate, parpadeaba menuda y rápidamente
como si al hablar fuera preciso cerrarlos antes de emitir
ciertas sílabas.
(Silva Castro, Raúl. “Mariano Latorre
en mis recuerdos”, Concepción-Chile, Revista
Atenea Nª 370, mayo-junio de 1956)
En su aspecto personal, Mariano es de estatura regular.
Viste bien. Conserva el bigote galo, color de caña,
tiene los ojos azules y una sonrisa envolvente y suave.
Su voz es rica y su alma el eje de una curiosidad insaciable.
Hay en su rostro una invencible sugestión, una simpatía
amable, propia del conquistador de voluntades. Su porte
general es digno, sin huellas de ostentación.
(García Games, Julia.
Cómo los he visto yo, Santiago, ed. Nascimento, 1930,
pág. 131.)
Es alto, delgado, rubio, de ojos azules muy vivos
y de tez sonrosada, dividida por un bigotillo fugitivo,
que se le ausenta a menudo, pero que vuelve con la misma
periodicidad. Se puede decir de Latorre que es un buenmozo.
Su aire es delicado. Mas, su andar, causa una sensación
de vigor. Da largos pasos con el balanceo de los hombres
de mar. Tal vez acentúe, con deliberación,
esta característica para establecer su procedencia
de marinos y constructores navales.
Su conversación es muy animada. La enriquece
con ademanes apropiados y con el pestañeo propio
del fumador. Es imaginativo, astuto y de una simpatía
envolvente. Es grande su picardía para imitar el
carácter, la voz y cualquier otra singularidad de
sus amigos.
(González Vera, José Santos. “
Esbozo de Mariano Latorre”, Santiago-Chile, Revista
Babel, págs. 111-112)