Carlos René Ibacache
Académico correspondiente de la
Real Academia Chilena de la Lengua
No
quisiéramos enfocar en esta crónica a Fernando
Santiván como creador, como autor de tantas novelas,
cuentos y ensayos pedagógicos, que muchos críticos,
con enorme propiedad sobre la materia, han venido analizando
desde hace muchos años.
Más bien lo queremos tratar como hombre, como ser
humano, como vecino de Valdivia, como una figura amiga de
esta ciudad, a quien cualquier día podemos detener
en la calle para estrechar su mano y preguntarle por su
salud o por su familia.
El 1º de julio cumplió ochenta años.
Edad respetable que se realza con su figura patriarcal y
paterna. Hasta su casa, en afán de saludo, ha llegado
lo más representativo de la ciudad. Telegramas, cartas
y llamadas telefónicas, procedentes de todos los
puntos del país, evidencian las proyecciones humanas
y literarias de este hombre que llena toda una etapa de
la literatura nacional.
Conversamos largamente dos días antes de esta profusión
de visitas y saludos. ¿Dos horas? ¿Tres horas?
No podríamos precisarlo. El tiempo con don Fernando
se vive intensamente. Los temas van del plano literario
al pedagógico y de éste a aquél. Del
progreso de la ciudad, de la juventud inquieta o de la importancia
de la pesca y sus posibilidades como fuente de riqueza para
el país.
Memorialista empedernido, recuerda cosas y hechos de la
vida literaria y política, con datos y referencias
que envidiaría un historiador.
Vive con la misma sencillez y austeridad de aquellos hombres
que sin otra ambición que crear se alejaron del mundanal
ruido y transformaron su casa en un refugio espiritual.
Así es la residencia del escritor en la calle Baquedano
1298 de esta ciudad. Rodeado del cariño de su esposa,
de su hija Regina y una hermosa pequeñuela que le
dice “papito”, don Fernando es la expresión
viva de la confianza y la alegría de vivir. Otra
hija, estudia en Santiago Pedagogía en Historia.
Vive la hermosa edad de aquellos hombres que han cumplido
una misión y que, sin embargo, tienen aún
ánimos para hacer planes.
¿Cuáles son los suyos, en forma inmediata?
Pues, reunir todo el material periodístico referido
a críticas literarias, seleccionarlo y publicarlo
en una antología, cuya edición está
ya conversada.
¡Admirable! Cuando Zig-Zag le ha publicado recién
sus “Obras Completas” él insiste, sin
decirlo, con la realización que proyecta, que aún
no están “completas”.
¿Y de qué vive actualmente el escritor? ¿Cómo
educa a sus hijas? ¿Cómo mantiene su hogar?
Regina es ya profesora y lo secunda en estos compromisos.
Hechos domésticos y no obstante, vitales. Vive de
una renta que le otorga la Universidad Austral en reconocimiento
a su calidad de ex Secretario General de esta Corporación,
de la cual fue uno de sus más activos fundadores.
Se agrega a esa entrada económica, su jubilación
de periodista, su asignación como colaborador de
los diarios de la Cadena “Sopesur” y los pequeños
aportes de los derechos de autor, cuyas liquidaciones anuales
tardan en llegar.
Poco, muy poco, para un hombre que cubre toda una época
literaria en Chile, “capitán del nativismo”
como lo llamó Latcham; “novelador de lo enigmático”
como lo llamó Silva Castro; “personaje de novela
rusa” como lo llamó Alone; o “realista
mitigado” como lo llamó Anderson Imbert; todo
eso es don Fernando.
Y si queremos saber algo más del hombre Santiván,
pues, recordemos un pasaje alusivo de “Gente de mi
tiempo” de Luis Durand:
“Me parece ver a Fernando Santiván hace muchos
años allá en Traiguén. Fue a dar una
conferencia a favor de los alemanes, en los años
de la primera guerra mundial. Con un traje gris claro, muy
bien cortado y un tongo negro, se veía elegantísimo.
Para mí, entonces, el nombre de los escritores que
figuraban en los diarios era algo inalcanzable y fascinador.
Algo que yo jamás tendría”.
“Santiván tiene muchas anécdotas acerca
de su manera de ser. Es sumamente cordial, pero en una discusión
es temible. O lo era antes. Supongo que si ahora digo algo
acerca de él, no me vendrá a dar de puñetes
desde por allá de Valdivia. Sería demasiado
sacrificio. Sin embargo, entre nosotros no pasó nada
que alterara en forma definitiva nuestra amistad.
Aquella tarde, la última que estuvimos con él,
nos habló del maestro, de su misión docente,
del desconocimiento de su labor, de las limitaciones materiales
con que se enfrenta y de la incomprensión ambiental
que debe superar. ¡Cómo cobran actualidad sus
expresiones vertidas en un ensayo sobre “Escuelas
Rurales”! ¡Y qué enorme verdad nos expresó,
cuando afirmó que era un error pretender para Chile
soluciones buenas para otras naciones, para otras idiosincrasias.
La pasión política encuentra muchas veces
espíritus ingenuos que creen capitalizar la verdad,
cuando sólo están conjugando un nuevo error.
La lección pareciera surgir sola. Quizás
valga para ratificarla, aquel pasaje de “La Hechizada”
en que tía Dolores sofrena la pasión de su
sobrino Baltasar:
“Mira hijo, eres joven y tus ojos se deslumbran fácilmente
con la luz del sol. Es más seguro que los míos,
empañados en la experiencia, puedan distinguir en
la fuerte luz, las manchas que tú no descubres”.
Sí, puede ser. Don Fernando Santiván, con
quien más de una vez hemos intercambiado pensamientos
políticos, no es ajeno a la lucha social que se libra
en estos momentos. Muy por el contrario. El contenido social
impreso a su labor literaria, que invade imperceptiblemente
sus relatos, es la proyección de su propia vida.
Sus “Confesiones”, tan auténticas,
como sinceras, están impregnadas de protesta. Es,
como dice Alone –su herida secreta, su punto débil
que se hace su punto fuerte:
He aquí un pasaje:
“He conocido la miseria. Y también el hambre.
Es posible que esta confesión me prive del saludo
de algunos amigos de impecable pulcritud, satisfechos de
actuar en un mundo brillante y sonoro, recién lustrado
con pasta “Brasso”; pero he sentido siempre
indefinible voluptuosidad en provocar el desdén de
cierta sociedad vacía, grave y parsimoniosa.
En otro pasaje de sus “Confesiones” reitera:
“Sólo procuraba reunir los cien pesos que
entonces me bastaban para no morir de hambre. Para ello
estaba dispuesto a aceptar el más rudo de los oficios.
En la lista de las ocupaciones ofrecidas por los diarios,
no habría una que yo rechazara. A todas partes presentábame
con la cara anhelante, sólo que ahora para no dar
mala impresión, quitábame el abrigo-levita
antes de llegar a la casa señalada. También
renuncié a exhibir mi cartita de recomendación.
Pero por mucho que madrugase, siempre había un gran
número de aspirantes que llegaban antes que yo”.
Aquella tarde también nos hizo una “confesión”.
La Municipalidad le adquirió para la Biblioteca Pública
que sostiene, parte de su Biblioteca particular.
“Ojalá me la adquieran toda…”
–nos dice- Hay tanto afecto hacia sus libros, hacia
esta obra escrita por miles de colegas suyos, que una de
sus ambiciones es que queden juntos.
¡Caprichos de un hombre sensible que cuida lo que
ama, porque es parte de su vida, de esa trayectoria humana
que tanto nos cuesta a todos soportar!
Nos retiramos de la casa de don Fernando, recordando la
fina y amable respuesta que dio un día a un torpe
conductor de la locomoción colectiva, que descomedidamente
lo apremió a subir: “Algún día,
hijo, también usted demorará en subir…”.
Aquella respuesta referida a un hecho físico vale
también para el hecho espiritual.
Será difícil, imposible, para muchos hombres
de nuestra generación, subir a los niveles humanos
y espirituales en que se realiza la existencia de este hombre
singular, que a los ochenta años está proyectando
un nuevo libro, en el silencio acogedor de su residencia
valdiviana.