FERNANDO
SANTIVÁN Y LA NOVELA CHILENA
Berta López Morales
Universidad del Bío-Bío
El
seudónimo Fernando Santiván oculta el nombre
de Fernando Santiváñez Puga del mismo modo que
la recia, exuberante e imponente figura del novelista encierra
el espíritu sensible, delicado y fino que se desprende
de la lectura de sus Memorias
de un tolstoyano. Sin embargo, el rasgo más
sobresaliente del escritor es su modestia, su sencillez, su
silenciosa irrupción en las letras nacionales que contrasta
con la personalidad hipnótica y dominante del pontífice
de la llamada generación de 1900, Augusto D’Halmar.
Esta generación, a la que pertenece Fernando Santiván
tiene varias características que la singularizan en
el concierto de la literatura chilena, como por ejemplo la
influencia ejercida por el propio D’Halmar sobre sus
compañeros y condiscípulos en términos
de estilo, de temática, de sintaxis literaria que los
aparta definitivamente del naturalismo y los deriva hacia
la realidad chilena, con una preocupación estética
centrada en el lenguaje, todavía con visos de romanticismo
y que hará su eclosión en el criollismo. Otra
de sus particularidades reside en la lectura común
de autores rusos y franceses, que influyeron en su concepción
de la literatura, como asimismo la pertenencia a una constelación
de artistas plásticos y musicales, tales como Burchard,
Backhaus, Ortiz de Zárate, entre otros, que se unieron
en torno a la creación artística, intercambiando
ideas, impresiones y proyectos. Al respecto, la crítica
literaria inscribe a Santiván en la generación
fundacional del criollismo, junto a Mariano
Latorre, Víctor Domingo Silva, Max Jara,
Pedro Prado, Rafael Maluenda, etc., y como ocurrió
con la mayoría de sus integrantes, la creación
literaria de Santiván se nutrió de la lectura
de los rusos Gorki, Tolstoy, Dostoyewsky, de autores anarquistas
como Kropotkin, Reclus, Bakunin, de los escritores franceses
Zola, Daudet, Maupassant y, de manera individual, de la lectura,
preferencia y admiración por Cervantes, Pereda, Pérez
Galdós, Emilia Pardo Bazán, hecho que muchas
veces atrajo la burla y la desatención de sus camaradas
literarios.
Aun
así, la lectura más significativa para Fernando
Santiván fue la saga de Tolstoy, Yasnaia Poliana, que
junto con despertar su juvenil entusiasmo, lo impulsó
a formar una colonia con sus demás discípulos,
donde el arte debía ser sólo parte de un proyecto
de vida al servicio de la comunidad. El joven Fernando soñaba
con colonizar la selva del sur de Chile, cultivar la tierra
y compartir sus frutos con los desheredados de su país,
enseñándoles además a mejorar sus condiciones
de vida; el tiempo libre estaría dedicado a la producción
artística, a la lectura y a la crítica de las
mismas. El proyecto, en su forma original no prosperó,
la colonia tosltoyana se instala en San Bernardo, despertando
no sólo el interés de los intelectuales de nuestro
país sino también de los latinoamericanos que
siguen expectantes el desarrollo de la aventura. Los resultados
del experimento no fueron satisfactorios para Santiván
ni para el grupo, pues los ideales de trabajo agrario y/o
manual no pudieron desarrollarse y la diáspora se anunció
y concretó en breve tiempo. En esa época el
autor apenas tiene dieciocho años y una visión
heroica del quehacer literario: la palabra impresa debe ser
un arma para cambiar la deplorable situación de la
clase trabajadora.
En
efecto, la obra del escritor denuncia, a cada paso, la injusticia
social, las desigualdades económicas, la posición
de dependencia de la mujer en la familia y en la sociedad.
Esta última situación constituye una preocupación
personal de Santiván y se advierte en algunas de sus
novelas como La Hechizada
y Ansia. En
estos dos relatos, la mujer aparece como un ser entregado
a las fuerzas irracionales del instinto, sujeta a la atracción
animal que ejerce el macho sobre ella o a las jerarquías
dictadas por la sociedad. En la última, la crítica
ha señalado elementos autobiográficos, que incluso
se perciben en la semejanza de los nombres; Magdalena en la
novela refleja a Elena, llamada familiarmente por su marido
Lena, así como Elsa esconde el nombre de Estela, pero
por sobre todo el escritor novela la oscura sujeción
de su esposa hacia su hermano, su servilismo, su disposición
a acatar sus caprichos, su malhumor, su tiranía.
El primer libro de Santiván, Palpitaciones
de vida, se publica en 1909 por la Imprenta Universitaria
y contiene una colección de trece cuentos, de los cuales
el autor suprime en la edición de 1948 dos de ellos,
“Primavera” y “El amor al campo”.
En todos los relatos está presente el amor al terruño,
mezclado con la fantasía y el misterio, propios del
romanticismo y un fuerte sentimiento de protesta contra la
pobreza y la injusticia humanas:
“ Un sollozo. Pausa. En un momento en que la
calle entera enmudece, la oyente interroga con acento en
que se trasluce el cansancio:
- ¿Y de qué murió?...
La madre se estrujaba los ojos con el pañuelo. Bruscamente
irguió la cabeza.
¿De qué?... ¡De miseria! (...) - ¡De
miseria! - prosiguió con voz ronca -. Falta de alimento,
trabajo ama?... El biberón..., enfermedad del estómago...”
( ¡Era tan lindo!...” Obras Completas).
En el mismo libro, la visión un tanto pasiva del narrador
evoluciona hacia la rebeldía, invitando al lector a
incorporarse a esta nueva actitud como se trasluce en el cuento
“Una rebelión”. Este relato, predominantemente
simbólico, tiene una estructura parabólica cuyo
mensaje último señala que la explotación
sistemática y sin piedad sobre el ser humano puede
tener trágicas consecuencias:
“...Se preguntaba por qué, después
de tan ruda jornada, no se le permitía probar el
pasto fresco que iba cubriéndole poco a poco las
ancas y el cuello. (...)
Dos veces pretendió alcanzar una de las pequeñas
ramas que, casi tocándole la boca, lo incitaban imperiosamente;
mas, habiendo sido sorprendido por Mateo, recibió
fuertes golpes en la cabeza. (...)
Mateo creyó conveniente calmar su ardor con un nuevo
golpe en la testuz, (...) el caballo permaneció atontado
por un instante. Pero una vez que se repuso, dio rienda
suelta a su furor. (...), comenzó a brincar con tal
furia, que Mateo, y con él todo el pasto, cayeron
pesadamente a sus pies. (...)
- Vas a ver –profirió el peón, con voz
ronca, amenazadora, procurando levantarse.
Pero antes de que concluyera de mover un dedo, “Patizambo”
volvió las ancas y descargó las dos patas
(...), Mateo cayó de bruces, cubierto de sangre.
(...) luego, al ver que su amo no se movía, se puso
a comer tranquilamente el pasto de las potrancas...( “Una
rebelión”, Obras Completas).
En
la misma senda de la denuncia social, se puede leer “Ráfagas
de campo”, título que se inspira en un verso
de Pezoa Véliz. Pero también el libro contiene
relatos que poseen rasgos autobiográficos, como “Palpitaciones
de vida”, “Días grises”, “Pascua
amarga” y “El juguete roto”. En ellos, sus
protagonistas reviven las angustias del escritor, su infelicidad
del primer matrimonio, inyectados de las emociones y experiencias
del autor como puede corroborarse con Memorias
de un tolstoyano y Confesiones
de Santiván. También en Ansia,
la primera novela de Santiván publicada en 1910, se
observa esta misma permeabilidad de vida y arte; las vivencias,
emociones y experiencias son elaboradas y transformadas en
un “ensayo de novela”, donde según el propio
Santiván “pretendí aprisionar parte de
mi vida familiar postolstoyana, tan importante para el desarrollo
de mi vida” (Memorias de un tolstoyano). Sin embargo,
el mérito de esta novela primeriza, que se desarrolla
en la ciudad consiste en contraponer dos visiones del arte,
la primera construida en torno a la figura de Ricardo, para
quien “el artista (...) debía ser completo. La
“vida” y la “obra” debían formar
un todo armonioso, compacto, único; de otro modo la
una y la otra resultaban falsas.”; la segunda corresponde
a la imagen del artista “maldito”, de vida disipada,
egoísta y agresiva. Este contrapunto se mantiene a
través de toda la novela, a veces en forma explícita
y otras de manera subterránea, para terminar mostrando
el triunfo de la primera concepción a través
de la muerte miserable y paupérrima de Boris, el esteta
en busca de las experiencias límites, desgarradoras
y trágicas.
La siguiente novela de Santiván y una de las más
conocidas, junto a La Hechizada,
es El crisol,
publicada en 1913. Originalmente, formaba parte de un proyecto
de tres novelas, titulado La casa de hierro, pero de estas
solo se realizaron la ya citada y su continuación Robles,
Blume y Cía. Esta última aparece
en 1923 y constituye el desarrollo lógico de una Bildungsroman
(novela de formación), como lo es El crisol. En efecto,
su protagonista es un joven provinciano, como lo fuera Martín
Rivas, que llega a Santiago a estudiar en la Escuela de Artes
y Oficios. El idealismo, propio de la juventud, las lecturas
de autores europeos - españoles, rusos y franceses
-, el trato de los profesores hacia los alumnos, su misma
posición social respecto de su apoderado y protector,
llevan a Bernabé a tratar de cambiar su situación
desmedrada; el estudio y el trabajo constituyen los medios
para mejorar el porvenir y si bien, el protagonista no renuncia
a los valores auténticos, encuentra finalmente su lugar
en el mundo y al término de la novela se lo ve armado
para afrontar la existencia:
“¿Era, quizás, porque con aquel sencillo
almuerzo se despedían de la vida de colegiales y comenzaba
para ellos la verdadera vida, la compleja, la traidora?”
(El crisol, en Obras completas)
Habrán
de transcurrir diez años para que aparezca la continuación
de El crisol; en 1923 la Editorial Nascimento publica Robles,
Blume y Cía novela en la que el héroe pone en
acción sus planes de superación sin abandonar
los ideales de su juventud: el fortalecimiento de la voluntad
y el trabajo sistemático constituyen las claves del
triunfo. Pero este triunfo está incompleto, ya que
los prejuicios sociales le impiden unirse con la mujer amada
y si en un comienzo, el progreso ha sido una meta individual,
este obstáculo reorienta el esfuerzo de Bernabé
hacia metas sociales, realizando un programa de bienestar
y mejoramiento de los menos afortunados. El final feliz, ya
superados los inconvenientes, deja a la pareja con un proyecto
común, centrado en la felicidad del prójimo:
“Juntos contribuiremos a educar el pueblo estragado
por la miseria y la ignorancia. Si adquirimos fortuna, ésta
será para ellos y para darles el bienestar que necesitan.
(...) Tendrán, si Dios nos protege, trabajo, escuelas,
hogares confortables.” (Robles, Blume y Cía,
en Obras Completas).
Aquí bien puede observarse el eje Dios, Familia y
Patria que estructura el proyecto literario de los criollistas,
pues en él subyace un carácter fundacional de
proporciones épicas, donde el paisaje, la naturaleza,
el hombre y su trabajo deben mostrar la esencia de la chilenidad,
guiados por los valores del cristianismo y preservados por
la familia.
La siguiente novela, por su fecha de escritura, debió
ser Bárbara,
pero no se publica hasta 1963, después de cuarenta
años de silencio con la siguiente dedicatoria: “A
la madre chilena, heroína desconocida” y tal
como ella lo indica, el relato construye la imagen de la madre
universal, a la vez que constituye la historia de la colonización
del Sur chileno. De ese modo, la mujer podría considerarse
el territorio nacional que acoge a sus hijos y les ofrece
amparo, alimento y protección. La heroína, Bárbara,
es la antítesis de la de Gallegos y a pesar del desenlace
semejante, la muerte de Bárbara deja a sus hijos frente
a un porvenir que puede ser favorable o no, dependiendo de
las condiciones personales y de sus habilidades para adaptarse
al medio.
Para
terminar con las novelas de Santiván , es necesario
referirse a su novela histórica El
mulato Riquelme. Publicada en 1951 por Zig-Zag,
la novela pareciera cerrar ese proyecto fundacional, que busca
sin transar sus raíces, su filiación, su identidad.
La crítica fue unánime en señalar que
por primera vez, la figura del prócer Bernardo O”Higgins
aparece en su dimensión humana, sin los convencionalismos
y la rigidez que se le asocian, y que hacen de él más
un estereotipo que el personaje transitado por la soledad,
el abandono, los placeres y el dolor. Retrato lleno de humanidad,
donde vibran los mejores atributos de la raza y en cual se
dibuja el perfil de lo chileno.
Las novelas cortas de Santiván, como La hechizada
(1916), Braceando en la vida
(1927), Charca en la selva
(1934) y La camará
(1945) constituyen un conjunto de tanto valor como los relatos
extensos del autor. La hechizada, por ejemplo, ha sido aclamada
por la crítica como la obra maestra del escritor; en
ella el conflicto se reduce a la conquista de una muchacha
campesina y el torneo campesino de topeadura y chicote que
daría al triunfador el deseado premio. Sin embargo,
el mayor mérito de La hechizada es el sabor impresionista
que se desprende de ella.
“Caía el sol como una lluvia de fuego.
Se crispaban las hojas verdes de las ramadas y parecían
arder por momentos bajo la caricia torturante.” (La
hechizada en Obras completas)
Las descripciones del paisaje parecen acuarelas de Corot,
Degas o Matisse, pues la naturaleza se siente temblar, palpitar,
para luego mimetizarse con las emociones de los personajes.
En la misma perspectiva, la plasticidad de las descripciones
de Santiván nos lleva más atrás; reminiscencias
de Goya se encuentran al traspasar a la escritura el retrato
de los campesinos:
“Rostros hirsutos, bocas feroces, dientes carcomidos,
aparecían bajo las amplias chupallas. Brillaban la
alegría o el odio salvajes en los ojillos inflamados
por el alcohol y el movimiento”. (La hechizada en
Obras completas).
Muchos
críticos atribuyen este refinamiento de Santiván
a la influencia de Iris, llevados quizás por la polilla
de la envidia o de la falta de generosidad, porque en el relato
breve Santiván exhibe, además, su personalidad
multifácetica. Braceando en la vida (1927) lleva por
subtítulo “Ensayo de novela policial” y
aunque nos recuerda por instantes a El loco Estero de Blest
Gana, tiene el mérito de la incursión en un
género que en esa época hasta podría
considerarse como subliteratura. Un trabajo sobre la novela
policial chilena tendría que considerarla como uno
de sus antecedentes, sobre todo, por la originalidad que subyace
en el concepto de literatura.
Charca en la selva (1934), como su título anuncia,
contrasta la magnificencia, generosidad y exuberancia de la
naturaleza con las ambiciones humanas, pero sobre todo es
una denuncia de las condiciones de vida del mapuche, la usurpación
de sus tierras, mediante triquiñuelas, engaños
y complicidad incluso de funcionarios públicos. Agreguemos,
todavía, que Charca en la selva es considerada por
la crítica como un verdadero canto a la conquista de
la selva sureña y a la colonización de Villarrica;
en nuestra perspectiva sobresale la capacidad del autor por
plasmar una realidad vívida, verosímil, creíble
desde el punto de vista de lo humano de sus personajes, en
sus grandezas y en sus bajas pasiones, todo ello surcado por
la idea de corrupción de la naturaleza por el hombre.
De todo el relato se desprende una concepción de hombre
fuerte que se impone sobre el ambiente por su voluntad, preparación
y amor a la tierra.
La camará (1945), señalada por la crítica
como un homenaje a los camineros chilenos, puede considerarse
también una visión de la mujer del pueblo, muy
semejante a las “cantineras” de la Guerra del
Pacífico; del mismo modo que la “camará”
Lucinda se preocupa de la comida de los camineros, de zurcir
sus prendas, también escucha sus penas y pone en la
dura vida de estos hombres un toque de dulzura y de ruda femineidad.
En general, se puede afirmar que la mujer de las novelas de
Santiván tiene una connotación maternal y si
frente a esta imagen aparece su antagonista, como en Ansia
por ejemplo, no fue la preocupación fundamental del
novelista mostrar los contrastes de los estereotipos femeninos
en boga.
Los cuentos de Santiván reunidos en tres libros Palpitaciones
de vida (1909), En la montaña
(1917), El
bosque emprende su marcha (1946) expresan la
misma tendencia de sus obras anteriores, afirmando en el último
de ellos la particular visión de mundo del autor; por
una parte su admiración hacia la exuberancia de los
bosques del sur, su selva, montañas y lagos y, por
otra, la superposición de una ética a todo su
proyecto escritural y que proyecta en la humanidad de sus
personajes. Este último de sus libros de cuento se
dividió originalmente en dos secciones, “Historia
de hombres” e “Historias de patrones y servidores”
que hoy está suprimida, supresión que no resta
unidad a la colección; el nexo no sólo es temático
ya que también anuncia una vuelta a lo urbano de manera
paulatina y gradual, con la constante preocupación
por la justicia social que se evidencia en toda su obra.
Punto
aparte merecen sus Memorias y Confesiones, pues ellas permiten
la comprensión cabal que un trabajo constantemente
cruzado por la experiencia personal, por sus vivencias de
infancia, por su desastrosa vida conyugal, hechos que no lograron
amargar sus páginas que siempre revelan
preocupación por el bienestar de los desposeídos,
admiración por la mujer en sus diferentes roles: esposa,
madre, amante y amor exultante por la belleza de su país.
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