FERNANDO SANTIVÁN Y LA NOVELA CHILENA

Berta López Morales
Universidad del Bío-Bío

Fernando Santiván a los 85 añosEl seudónimo Fernando Santiván oculta el nombre de Fernando Santiváñez Puga del mismo modo que la recia, exuberante e imponente figura del novelista encierra el espíritu sensible, delicado y fino que se desprende de la lectura de sus Memorias de un tolstoyano. Sin embargo, el rasgo más sobresaliente del escritor es su modestia, su sencillez, su silenciosa irrupción en las letras nacionales que contrasta con la personalidad hipnótica y dominante del pontífice de la llamada generación de 1900, Augusto D’Halmar.

Esta generación, a la que pertenece Fernando Santiván tiene varias características que la singularizan en el concierto de la literatura chilena, como por ejemplo la influencia ejercida por el propio D’Halmar sobre sus compañeros y condiscípulos en términos de estilo, de temática, de sintaxis literaria que los aparta definitivamente del naturalismo y los deriva hacia la realidad chilena, con una preocupación estética centrada en el lenguaje, todavía con visos de romanticismo y que hará su eclosión en el criollismo. Otra de sus particularidades reside en la lectura común de autores rusos y franceses, que influyeron en su concepción de la literatura, como asimismo la pertenencia a una constelación de artistas plásticos y musicales, tales como Burchard, Backhaus, Ortiz de Zárate, entre otros, que se unieron en torno a la creación artística, intercambiando ideas, impresiones y proyectos. Al respecto, la crítica literaria inscribe a Santiván en la generación fundacional del criollismo, junto a Mariano Latorre, Víctor Domingo Silva, Max Jara, Pedro Prado, Rafael Maluenda, etc., y como ocurrió con la mayoría de sus integrantes, la creación literaria de Santiván se nutrió de la lectura de los rusos Gorki, Tolstoy, Dostoyewsky, de autores anarquistas como Kropotkin, Reclus, Bakunin, de los escritores franceses Zola, Daudet, Maupassant y, de manera individual, de la lectura, preferencia y admiración por Cervantes, Pereda, Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, hecho que muchas veces atrajo la burla y la desatención de sus camaradas literarios.

Aun así, la lectura más significativa para Fernando Santiván fue la saga de Tolstoy, Yasnaia Poliana, que junto con despertar su juvenil entusiasmo, lo impulsó a formar una colonia con sus demás discípulos, donde el arte debía ser sólo parte de un proyecto de vida al servicio de la comunidad. El joven Fernando soñaba con colonizar la selva del sur de Chile, cultivar la tierra y compartir sus frutos con los desheredados de su país, enseñándoles además a mejorar sus condiciones de vida; el tiempo libre estaría dedicado a la producción artística, a la lectura y a la crítica de las mismas. El proyecto, en su forma original no prosperó, la colonia tosltoyana se instala en San Bernardo, despertando no sólo el interés de los intelectuales de nuestro país sino también de los latinoamericanos que siguen expectantes el desarrollo de la aventura. Los resultados del experimento no fueron satisfactorios para Santiván ni para el grupo, pues los ideales de trabajo agrario y/o manual no pudieron desarrollarse y la diáspora se anunció y concretó en breve tiempo. En esa época el autor apenas tiene dieciocho años y una visión heroica del quehacer literario: la palabra impresa debe ser un arma para cambiar la deplorable situación de la clase trabajadora.

Junto a sus hijas Regina e Iris, 1963, ValdiviaEn efecto, la obra del escritor denuncia, a cada paso, la injusticia social, las desigualdades económicas, la posición de dependencia de la mujer en la familia y en la sociedad. Esta última situación constituye una preocupación personal de Santiván y se advierte en algunas de sus novelas como La Hechizada y Ansia. En estos dos relatos, la mujer aparece como un ser entregado a las fuerzas irracionales del instinto, sujeta a la atracción animal que ejerce el macho sobre ella o a las jerarquías dictadas por la sociedad. En la última, la crítica ha señalado elementos autobiográficos, que incluso se perciben en la semejanza de los nombres; Magdalena en la novela refleja a Elena, llamada familiarmente por su marido Lena, así como Elsa esconde el nombre de Estela, pero por sobre todo el escritor novela la oscura sujeción de su esposa hacia su hermano, su servilismo, su disposición a acatar sus caprichos, su malhumor, su tiranía.
El primer libro de Santiván, Palpitaciones de vida, se publica en 1909 por la Imprenta Universitaria y contiene una colección de trece cuentos, de los cuales el autor suprime en la edición de 1948 dos de ellos, “Primavera” y “El amor al campo”. En todos los relatos está presente el amor al terruño, mezclado con la fantasía y el misterio, propios del romanticismo y un fuerte sentimiento de protesta contra la pobreza y la injusticia humanas:

“ Un sollozo. Pausa. En un momento en que la calle entera enmudece, la oyente interroga con acento en que se trasluce el cansancio:
- ¿Y de qué murió?...
La madre se estrujaba los ojos con el pañuelo. Bruscamente irguió la cabeza.
¿De qué?... ¡De miseria! (...) - ¡De miseria! - prosiguió con voz ronca -. Falta de alimento, trabajo ama?... El biberón..., enfermedad del estómago...” ( ¡Era tan lindo!...” Obras Completas).

En el mismo libro, la visión un tanto pasiva del narrador evoluciona hacia la rebeldía, invitando al lector a incorporarse a esta nueva actitud como se trasluce en el cuento “Una rebelión”. Este relato, predominantemente simbólico, tiene una estructura parabólica cuyo mensaje último señala que la explotación sistemática y sin piedad sobre el ser humano puede tener trágicas consecuencias:

“...Se preguntaba por qué, después de tan ruda jornada, no se le permitía probar el pasto fresco que iba cubriéndole poco a poco las ancas y el cuello. (...)
Dos veces pretendió alcanzar una de las pequeñas ramas que, casi tocándole la boca, lo incitaban imperiosamente; mas, habiendo sido sorprendido por Mateo, recibió fuertes golpes en la cabeza. (...)
Mateo creyó conveniente calmar su ardor con un nuevo golpe en la testuz, (...) el caballo permaneció atontado por un instante. Pero una vez que se repuso, dio rienda suelta a su furor. (...), comenzó a brincar con tal furia, que Mateo, y con él todo el pasto, cayeron pesadamente a sus pies. (...)
- Vas a ver –profirió el peón, con voz ronca, amenazadora, procurando levantarse.
Pero antes de que concluyera de mover un dedo, “Patizambo” volvió las ancas y descargó las dos patas (...), Mateo cayó de bruces, cubierto de sangre. (...) luego, al ver que su amo no se movía, se puso a comer tranquilamente el pasto de las potrancas...( “Una rebelión”, Obras Completas).

En la misma senda de la denuncia social, se puede leer “Ráfagas de campo”, título que se inspira en un verso de Pezoa Véliz. Pero también el libro contiene relatos que poseen rasgos autobiográficos, como “Palpitaciones de vida”, “Días grises”, “Pascua amarga” y “El juguete roto”. En ellos, sus protagonistas reviven las angustias del escritor, su infelicidad del primer matrimonio, inyectados de las emociones y experiencias del autor como puede corroborarse con Memorias de un tolstoyano y Confesiones de Santiván. También en Ansia, la primera novela de Santiván publicada en 1910, se observa esta misma permeabilidad de vida y arte; las vivencias, emociones y experiencias son elaboradas y transformadas en un “ensayo de novela”, donde según el propio Santiván “pretendí aprisionar parte de mi vida familiar postolstoyana, tan importante para el desarrollo de mi vida” (Memorias de un tolstoyano). Sin embargo, el mérito de esta novela primeriza, que se desarrolla en la ciudad consiste en contraponer dos visiones del arte, la primera construida en torno a la figura de Ricardo, para quien “el artista (...) debía ser completo. La “vida” y la “obra” debían formar un todo armonioso, compacto, único; de otro modo la una y la otra resultaban falsas.”; la segunda corresponde a la imagen del artista “maldito”, de vida disipada, egoísta y agresiva. Este contrapunto se mantiene a través de toda la novela, a veces en forma explícita y otras de manera subterránea, para terminar mostrando el triunfo de la primera concepción a través de la muerte miserable y paupérrima de Boris, el esteta en busca de las experiencias límites, desgarradoras y trágicas.

La siguiente novela de Santiván y una de las más conocidas, junto a La Hechizada, es El crisol, publicada en 1913. Originalmente, formaba parte de un proyecto de tres novelas, titulado La casa de hierro, pero de estas solo se realizaron la ya citada y su continuación Robles, Blume y Cía. Esta última aparece en 1923 y constituye el desarrollo lógico de una Bildungsroman (novela de formación), como lo es El crisol. En efecto, su protagonista es un joven provinciano, como lo fuera Martín Rivas, que llega a Santiago a estudiar en la Escuela de Artes y Oficios. El idealismo, propio de la juventud, las lecturas de autores europeos - españoles, rusos y franceses -, el trato de los profesores hacia los alumnos, su misma posición social respecto de su apoderado y protector, llevan a Bernabé a tratar de cambiar su situación desmedrada; el estudio y el trabajo constituyen los medios para mejorar el porvenir y si bien, el protagonista no renuncia a los valores auténticos, encuentra finalmente su lugar en el mundo y al término de la novela se lo ve armado para afrontar la existencia:

“¿Era, quizás, porque con aquel sencillo almuerzo se despedían de la vida de colegiales y comenzaba para ellos la verdadera vida, la compleja, la traidora?” (El crisol, en Obras completas)

Habrán de transcurrir diez años para que aparezca la continuación de El crisol; en 1923 la Editorial Nascimento publica Robles, Blume y Cía novela en la que el héroe pone en acción sus planes de superación sin abandonar los ideales de su juventud: el fortalecimiento de la voluntad y el trabajo sistemático constituyen las claves del triunfo. Pero este triunfo está incompleto, ya que los prejuicios sociales le impiden unirse con la mujer amada y si en un comienzo, el progreso ha sido una meta individual, este obstáculo reorienta el esfuerzo de Bernabé hacia metas sociales, realizando un programa de bienestar y mejoramiento de los menos afortunados. El final feliz, ya superados los inconvenientes, deja a la pareja con un proyecto común, centrado en la felicidad del prójimo:

“Juntos contribuiremos a educar el pueblo estragado por la miseria y la ignorancia. Si adquirimos fortuna, ésta será para ellos y para darles el bienestar que necesitan. (...) Tendrán, si Dios nos protege, trabajo, escuelas, hogares confortables.” (Robles, Blume y Cía, en Obras Completas).

Aquí bien puede observarse el eje Dios, Familia y Patria que estructura el proyecto literario de los criollistas, pues en él subyace un carácter fundacional de proporciones épicas, donde el paisaje, la naturaleza, el hombre y su trabajo deben mostrar la esencia de la chilenidad, guiados por los valores del cristianismo y preservados por la familia.

La siguiente novela, por su fecha de escritura, debió ser Bárbara, pero no se publica hasta 1963, después de cuarenta años de silencio con la siguiente dedicatoria: “A la madre chilena, heroína desconocida” y tal como ella lo indica, el relato construye la imagen de la madre universal, a la vez que constituye la historia de la colonización del Sur chileno. De ese modo, la mujer podría considerarse el territorio nacional que acoge a sus hijos y les ofrece amparo, alimento y protección. La heroína, Bárbara, es la antítesis de la de Gallegos y a pesar del desenlace semejante, la muerte de Bárbara deja a sus hijos frente a un porvenir que puede ser favorable o no, dependiendo de las condiciones personales y de sus habilidades para adaptarse al medio.

Para terminar con las novelas de Santiván , es necesario referirse a su novela histórica El mulato Riquelme. Publicada en 1951 por Zig-Zag, la novela pareciera cerrar ese proyecto fundacional, que busca sin transar sus raíces, su filiación, su identidad. La crítica fue unánime en señalar que por primera vez, la figura del prócer Bernardo O”Higgins aparece en su dimensión humana, sin los convencionalismos y la rigidez que se le asocian, y que hacen de él más un estereotipo que el personaje transitado por la soledad, el abandono, los placeres y el dolor. Retrato lleno de humanidad, donde vibran los mejores atributos de la raza y en cual se dibuja el perfil de lo chileno.

Las novelas cortas de Santiván, como La hechizada (1916), Braceando en la vida (1927), Charca en la selva (1934) y La camará (1945) constituyen un conjunto de tanto valor como los relatos extensos del autor. La hechizada, por ejemplo, ha sido aclamada por la crítica como la obra maestra del escritor; en ella el conflicto se reduce a la conquista de una muchacha campesina y el torneo campesino de topeadura y chicote que daría al triunfador el deseado premio. Sin embargo, el mayor mérito de La hechizada es el sabor impresionista que se desprende de ella.

“Caía el sol como una lluvia de fuego. Se crispaban las hojas verdes de las ramadas y parecían arder por momentos bajo la caricia torturante.” (La hechizada en Obras completas)

Las descripciones del paisaje parecen acuarelas de Corot, Degas o Matisse, pues la naturaleza se siente temblar, palpitar, para luego mimetizarse con las emociones de los personajes. En la misma perspectiva, la plasticidad de las descripciones de Santiván nos lleva más atrás; reminiscencias de Goya se encuentran al traspasar a la escritura el retrato de los campesinos:

“Rostros hirsutos, bocas feroces, dientes carcomidos, aparecían bajo las amplias chupallas. Brillaban la alegría o el odio salvajes en los ojillos inflamados por el alcohol y el movimiento”. (La hechizada en Obras completas).

Premio Municipal de Extensión Cultural y Artística, Valdivia, 1963Muchos críticos atribuyen este refinamiento de Santiván a la influencia de Iris, llevados quizás por la polilla de la envidia o de la falta de generosidad, porque en el relato breve Santiván exhibe, además, su personalidad multifácetica. Braceando en la vida (1927) lleva por subtítulo “Ensayo de novela policial” y aunque nos recuerda por instantes a El loco Estero de Blest Gana, tiene el mérito de la incursión en un género que en esa época hasta podría considerarse como subliteratura. Un trabajo sobre la novela policial chilena tendría que considerarla como uno de sus antecedentes, sobre todo, por la originalidad que subyace en el concepto de literatura.

Charca en la selva (1934), como su título anuncia, contrasta la magnificencia, generosidad y exuberancia de la naturaleza con las ambiciones humanas, pero sobre todo es una denuncia de las condiciones de vida del mapuche, la usurpación de sus tierras, mediante triquiñuelas, engaños y complicidad incluso de funcionarios públicos. Agreguemos, todavía, que Charca en la selva es considerada por la crítica como un verdadero canto a la conquista de la selva sureña y a la colonización de Villarrica; en nuestra perspectiva sobresale la capacidad del autor por plasmar una realidad vívida, verosímil, creíble desde el punto de vista de lo humano de sus personajes, en sus grandezas y en sus bajas pasiones, todo ello surcado por la idea de corrupción de la naturaleza por el hombre. De todo el relato se desprende una concepción de hombre fuerte que se impone sobre el ambiente por su voluntad, preparación y amor a la tierra.


La camará (1945), señalada por la crítica como un homenaje a los camineros chilenos, puede considerarse también una visión de la mujer del pueblo, muy semejante a las “cantineras” de la Guerra del Pacífico; del mismo modo que la “camará” Lucinda se preocupa de la comida de los camineros, de zurcir sus prendas, también escucha sus penas y pone en la dura vida de estos hombres un toque de dulzura y de ruda femineidad. En general, se puede afirmar que la mujer de las novelas de Santiván tiene una connotación maternal y si frente a esta imagen aparece su antagonista, como en Ansia por ejemplo, no fue la preocupación fundamental del novelista mostrar los contrastes de los estereotipos femeninos en boga.

Los cuentos de Santiván reunidos en tres libros Palpitaciones de vida (1909), En la montaña (1917), El bosque emprende su marcha (1946) expresan la misma tendencia de sus obras anteriores, afirmando en el último de ellos la particular visión de mundo del autor; por una parte su admiración hacia la exuberancia de los bosques del sur, su selva, montañas y lagos y, por otra, la superposición de una ética a todo su proyecto escritural y que proyecta en la humanidad de sus personajes. Este último de sus libros de cuento se dividió originalmente en dos secciones, “Historia de hombres” e “Historias de patrones y servidores” que hoy está suprimida, supresión que no resta unidad a la colección; el nexo no sólo es temático ya que también anuncia una vuelta a lo urbano de manera paulatina y gradual, con la constante preocupación por la justicia social que se evidencia en toda su obra.

11 de julio, 1952, SantiagoPunto aparte merecen sus Memorias y Confesiones, pues ellas permiten la comprensión cabal que un trabajo constantemente cruzado por la experiencia personal, por sus vivencias de infancia, por su desastrosa vida conyugal, hechos que no lograron amargar sus páginas que siempre revelan
preocupación por el bienestar de los desposeídos, admiración por la mujer en sus diferentes roles: esposa, madre, amante y amor exultante por la belleza de su país.


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